Expirado
Cátedras Antiguas

Una crisis ética, cultural y hasta filosófica

Director de Asuntos Institucionales del Banco Galicia

El mercado debe estar al servicio del hombre y la comunidad, de su expansión integral.

A pesar de su aparente triunfo político, económico e ideológico, las tesis de Adam Smith  -que de la mano de un capitalismo vigoroso señaló al mercado como el más dinámico motor de una energía expansiva de riqueza y crecimiento- dos hechos de vasta gravedad internacional han venido a desafiarlas recientemente.
Primero la crisis 2008 – 2009 de Estados Unidos y el resto del mundo, y en 2010 la reciente en los mercados desatada por Grecia.
Todas estas con un denominador común, la gran irresponsabilidad de los bancos de inversión de Estados Unidos y Europa.
¿Se trata de un fenómeno meramente económico y financiero o de un hecho que interpela al concepto mismo del liberalismo al uso de nuestros días?
Creemos que estamos frente a un escenario que excede ampliamente esos ámbitos y que desenmascara, como todas las cuestiones humanas, una crisis ética, cultural y hasta filosófica de fondo.
Es que, como ya lo advirtió Max Weber en su clásica relación entre ética y capitalismo, el capitalismo moderno es inentendible sin presupuestos básicos: la acumulación de riqueza no como un fin en sí misma, sino como un medio para producir más riqueza y desarrollo para la comunidad.
Es decir transformando la riqueza no sólo en ganancia sino en inversión. Y preceptuando la vigencia de una ética universal, sin lo cual no existe el clima de confianza, de genuina transparencia que el libre mercado requiere para un desarrollo deseable.
En caso contrario, el fluir de los hechos caóticos nos pone frente a la evidencia de un grave error que es, ante todo, moral: una debacle.
Y no es el único riesgo que amenaza al liberalismo sin reglas y que constituye una lección a aprender. Porque, en el fondo, todos estos problemas son problemas de educación.
Los otros riesgos son, en efecto, la miopía simétrica de dos fundamentalismos: el del individualismo salvaje por un lado y del estatismo autoritario por el otro: dos caras, en definitiva, de la misma moneda e igual de nefastos para el desarrollo de los pueblos.
En cambio, en su “Teoría de la Justicia”, por ejemplo, John Rawles despojó al liberalismo de su carácter meramente utilitarista. Su prioridad estriba en la justicia. De tal manera que un liberal de verdad no sólo ha de defender la libertad como un valor abstracto. Es preciso que bucee en lo más hondo de esa filosofía política: el mercado debe estar al servicio del hombre y la comunidad, de su expansión integral.
Ese fue el espíritu que le dio origen cuando las ideas de liberalismo y democracia eran todavía una utopía de otros siglos. Y también fue la práctica en sus comienzos. En una sociedad donde el juego limpio y los buenos modales en todo sentido formaban parte del lenguaje comunitario.
El hecho es que, en nuestros días, junto con un avance en tantos sentidos positivos, también se filtraron ciertos usos tramposos e involutivos que contagiaron hasta las costumbres, teóricamente asépticas,  de los mercados.
Todo hace pensar, en suma, que habría llegado la hora de proceder a un acto de sinceramiento colectivo y trasladar al funcionamiento del mercado la más exigente transparencia para establecer sin trampas el sistema de relaciones sociales que hacen posible la vida en sociedad.
El dilema es de hierro: O el liberalismo termina con la falta de ética o la falta de ética termina con el liberalismo.
A esto, habría que agregar ¿es posible alcanzar la ética sin educación ? En principio no lo sería, ya que esta no es un Don. Se adquiere únicamente a través de la educación y crece en el pensamiento del “ bien común”. Nadie parece muy interesado ni en la educación ni en la  cultura. Por lo tanto el “Liberalismo “ no tiene sustento. Cómo hará el Capital para lograr la renta que lo justifica y su equidad concordante.
Seguramente esto es lo que dejan las crisis que han convulsionado al mundo desarrollado y el gran desafío para el modo de vida occidental, que pareciera en franca e irreversible decadencia y sin respuestas por el momento.