Expirado
Reflexiones Cátedras

Aprender a dialogar y evitar el doble discurso

En esta página se transcriben las palabras del Rabino de la Comunidad Bet-El, Daniel Goldman, en la presentación de la segunda sesión de la cátedra.

Quiero comentar unas cuestiones que me parecen importantes en cuanto al Foro. Primero, el hecho de aprender a dialogar. La Argentina no debería ser un país que dialogue porque sí. La Argentina dialoga demasiado, pero nunca encuentra el término medio de lo que realmente significa el arte de dialogar y, paralelamente a esto, el sentido de poder escuchar. Porque en la sociedad argentina se han desarrollado una suerte de monólogos, en donde cada uno hablaba de lo que tenía que hablar y sólo tocaba su propia pieza….

La música no es un pasatiempo. Resulta un pasatiempo de todas las cosas erradas que hacemos durante el día, de todas las tensiones que tenemos durante el día y nos sirve para salir del momento. La verdad es que la música tiene su sentido. Me parece que el símbolo de la orquesta es fuerte: comprender el sentido de la sociedad no como que cada uno toca su propia partitura, pero que cada uno debe tocar su propio instrumento. Cuando uno de los instrumentos desafina, la orquesta suena mal…El gran problema de la sociedad es que cada uno tocaba otra partitura y hoy sigue tocando su pieza. ¿Cómo hacemos para que la orquesta pueda funcionar? No solamente depende del director. Depende de cada uno de los ejecutores, depende de la voluntad de los artistas como también de quién deba de dirigir. 

La Argentina tuvo y tiene la característica de ser un país de gente muy piola, pero no muy sabia. 

Hablamos de estos proyectos que tienen que ver con esta cosa de que en poco tiempo nos salvamos, que rápidamente nos salvamos. Pero, ¿qué quiere decir salvación? y ¿cuáles son los conceptos y los compromisos que tenemos con la rapidez? 

Me parece que en eso está la diferencia entre ser piola y ser sabio. Hay un cita talmúdica que pregunta ¿quién es el sabio? aquel que vislumbra al recién nacido. ¿Qué quiere decir esto? Los intérpretes están tratando de decir que lo importante no es el sentido de vivir el presente perpetuo, sino cómo perpetuar ese sentir del presente, que es totalmente diferente. Me parece que pensar en este sentido de diálogo no es pensar en qué mundo le dejamos a nuestros hijos, sino qué hijos les dejamos a nuestro mundo.

La Argentina pensó, unos años atrás, que tenía el copyright del diálogo y falló; falló enseguida. La mesa del diálogo falló porque creía que tenía el copyright del diálogo, en vez de desarrollar una cultura del diálogo. El desarrollo de la cultura del diálogo implica empezar a contar con opuestos. Empezar a contar con opuestos es un arte difícil sobre el cual hay que encontrar un lenguaje común. 

Todavía hay algunas cosas que, en el Foro, tenemos que poner a punto. Pero encontrar un lenguaje común es el inicio de algo, significa que estamos hablando de lo mismo, que estamos hablando de las mismas preocupaciones. Nos falta desarrollar un poco más el rigor de la paciencia. El rigor de la paciencia tiene que ver con esta cuestión de que nada se soluciona rápido. 

Yo dejé de creer en las revoluciones y, personalmente, creo en los cambios a través de los procesos. Y en el mundo nos haría bien empezar a pensar en cómo, en el proceso, vamos procesando las cosas.

Algo que vale la pena es ayudar a comprender a la sociedad que la empresa no es mala. Y yo doblaría la apuesta diciendo que, tal vez, la obligación de la empresa y el mandato moral del empresario es crear más puestos de trabajo, entendiendo que cerrar puestos de trabajo es un atentado contra el plan divino. 

Voy a desarrollar esto rápidamente. El libro de Génesis establece que debemos descansar el séptimo día. Si descansamos el séptimo día es porque no hemos cansado durante seis días, porque estuvimos trabajando los seis días. Entonces, la obligación es trabajar esos seis días para que el séptimo podamos descansar. Por lo tanto, si descansamos seis días de la semana, lo que estamos haciendo es generar menos puestos de trabajo, y generar menos puestos de trabajo es atentar contra el plan divino. 

En esta cuestión de entender que debemos superar las revoluciones y aprender a realizar cambios en procesos, hay un concepto básico: la búsqueda de la verdad, en el sentido de la justicia, para poder llegar a la paz. El pensamiento talmúdico desarrolló esto con humor considerable: no hay paz si no hay justicia, no hay justicia si no hay verdad. Ninguna sociedad puede procesar sus tiempos si cree que pueden existir moratorias morales, como el borrón y cuenta nueva. En la memoria social quedan cosas que después afloran, que después surgen. La verdad no se tapa echando tierra, la verdad aparece y vuelve a reaparecer si no se procesan las cosas de la manera correcta. 

Es buen negocio ser solidario, aunque mejor negocio es no serlo. Pero entonces, ¿para qué vivimos? 

Estoy seguro que se puede ganar más plata no siendo solidario y sin pensar en las generaciones futuras, pero no tengo dudas que si hoy ganamos más plata, la van a pagar las próximas generaciones. 

Yo creo que los argentinos somos solidarios. Pero ¿solidario comparado con qué? Un amigo mío de lo que se llama un país desarrollado me decía: si la crisis que tuvieron ustedes la tuviésemos que pasar acá, seguramente los lazos solidarios no hubiesen sido tan sólidos como los que hubo en la Argentina. 

Pero lo profundamente solidario es prevenir las crisis. Pensemos en esa categoría, porque me parece que es la base del contrato social. No la voluntariedad simple de ser solidario, sino cómo prever las crisis.

Algo más en relación al tema de ser solidario. No es sólo una cuestión de dinero o de saber cuánta plata cuesta. Pensemos también que la cuestión de ser solidario puede no siempre tener que ver con ganar dinero, sino con no ganar tanto sino invertir en lo social. 

Unir valor y creencia 

Un Rabino del siglo dos se preguntaba dos cosas sencillas, que encontramos en toda la historia de la filosofía, que son de dónde venís y hacia dónde vas. Cuando en la cultura antigua en general se planteaban esos dos cuestionamientos vitales, de dónde venís y hacia dónde vas, no tenían como finalidad la respuesta biológica, no tenían la necesidad de expresar qué pasa con la vida natural sino qué está destinado a ser de tu vida.

En las tradiciones antiguas en general se desarrolla la idea de que la vida no nos pertenece, no es nuestra. Pero ¿qué hacés con la vida si es tuya?, ¿qué hacés con lo tuyo? En definitiva, cuando se pregunta qué hacés con lo tuyo, se está preguntando sobre el destino. Y el destino siempre tiene un destinatario. Se desarrolló la idea, por lo menos en la sociedad occidental, de que esos destinatarios son nuestros hijos, biológicos o no. Y aunque uno no tenga hijos, siempre quiere dejar algo, siempre quiere marcar el futuro en la existencia, y no el futuro específicamente, sino el futuro a través del presente. 

Los sabios de la antigüedad se preguntaban cuál es tu presente. ¿Qué hacemos con nuestro presente ante tantas contradicciones que se nos presentan en la vida, ante tantas violencias cotidianas, tanta marco de violencia, tanta tensión, tanto estrés, tanta competencia desenfrenada y tanta locura esquizofrénica? Y tal vez esto sea una buena referencia de lo que nos pasa en la sociedad argentina, porque nuestra cultura, nuestra sociedad, tiene una forma de alimentación de esto que llamamos clínicamente esquizofrenia. 

Somos una sociedad que tiene temperatura y sensación térmica, y a veces no sabemos por cuál regirnos; tenemos un 25 de mayo y un 9 de julio, y no nos queda bien claro cuál nos independizó o si ya nos independizamos; jugamos todo el tiempo con la culpa y la responsabilidad y no sabemos cuál es la más grave de las dos. 

Otra de estas dicotomías se presenta cuando hablamos de moral y discurso, teoría y práctica, porque somos una sociedad que aprendimos a responder antes de preguntar, que aprendimos a hablar antes de escuchar. 

La sociedad argentina vive una eterna crisis fundamentada en esta diferenciación, en el sentido más concreto, entre lo que en algunos aspectos filosóficos se llama el valor y la creencia. Un ejemplo doméstico de la diferencia entre valor y creencia: el crimen, la impunidad, la corrupción, son malos y eso es un valor, está sostenido como un valor. En cambio, aquello de que si no hacés trampas, no llegás o si no coimeás, no llegás o si no coimeás, no conseguís, son creencias, negativas pero creencias. Y el divorcio entre valor y creencia, como dice en sus escritos el rabino Nilton Bonder, alimenta permanentemente el doble discurso. La sociedad argentina vive entrampada en este doble discurso. Vivimos entrampados en el doble discurso basado en una doble moral, una doble ética, un doble valor y, hasta diría, en una doble creencia. Y esto es interesante, porque este permanente doble mensaje, esta esquizofrenia, es lo que vamos transmitiendo a nuestro presente y a nuestro futuro. 

Tal cosa está mal, sostenemos y eso es un valor, pero hay que hacerla para sobrevivir y eso es una creencia. Y así legitimamos las experiencias traumáticas de la despiadada supervivencia por sobre la ética. De repente, ponderamos a Maradona porque dijo que metió la mano en el gol a los ingleses, que era la “mano de Dios”. Fíjense que interesante: la mano de Dios era la mano tramposa, pero la glorificamos. 

Estas listas abarcan, en otros niveles, al héroe del enriquecimiento fácil, al político corrupto, al piola que saca ventaja, a aquel que se mete en doble fila, y al que evade impuestos. Y aquí viene un sentido de autocrítica, en esta época de autocríticas: creo que las instituciones religiosas tampoco supimos adaptarnos al discurso ético y nos adaptamos a esta cuestión del valor y la creencia. Vivimos también de este discurso de valor y riqueza, somos fáciles para adaptarnos a esa dualidad, ese glamour en que se sostiene el doble discurso. Hay temas, por ejemplo el de la sexualidad, que no se suelen dejar pasar tan fácil, y personalmente a mí no me preocupa la sexualidad de cada uno -eso es un tema de cada uno, es un tema absolutamente privado-, pero lo que sí me despierta, y en esto los invito a que podamos reflexionar, es cuántos dobles discursos yo sostengo, cuántos dobles discursos ustedes sostienen, cuántos dobles discursos manejamos permanentemente como religiosos, como empresarios, como profesionales. 

Hay momentos de la historia que nos exigen unir valor y creencia, y juntar valor y creencia implica asumir riesgos, porque implica jugarse en la vida. Para esto decía el Rabi Abraham Iehoshua Heschel: se nos exige grandeza moral y audacia espiritual. Juntar las dos cosas, valor y creencia, es empezar a trabajar en un nivel adulto de honradez, y honradez entendida como algo insoslayable. No es lo mismo ser sincero que ser honrado. Hemos conocido a tantos políticos sinceros..., pero ser honrado es otra cosa. El honrado pertenece a otro nivel, a un nivel de adultez que se nos exige como sociedad. 

Creo que esta es, en definitiva, la línea: cuando hablamos de honradez, juntar los dos discursos en uno solo, para preguntarnos realmente de dónde venimos y hacia dónde vamos, para que nuestro paso pueda ser firme, y para que nuestra vida pueda ser motivo de orgullo para aquellos que van a ser nuestros destinatarios.