Expirado
Reflexiones Cátedras

El rol de los empresarios en el proceso de cambio

Sobre ese tema expuso en la segunda sesión de la Cátedra el presidente de Quickfood y vicepresidente de la Copal, la coordinadora de la industria alimenticia, Luis Bameule. Analizó la crisis de la Argentina y la responsabilidad de la dirigencia, particularmente la empresaria. Propuso que se unan quienes comparten valores para salir del círculo vicioso en el que cayó el país. Transcribimos su ponencia en esta página: 

Adhiero y agradezco las palabras de Eusebio Mujal, por lo cual puede ser que posiblemente mi exposición en algunas partes se reduzcan un poco y en otras se refuercen conceptos.

El Foro Ecuménico Social nace de las preocupaciones compartidas por la inmensa mayoría acerca de lo mal que nos ha ido, pero también habla de la esperanza, de la posibilidad de un cambio en esta tendencia de varias décadas. Debemos partir de la más absoluta y cruda realidad. Los números son en general elocuentes, no los voy a dar, pero son muy malos en términos absolutos y más aun en términos relativos, en comparación con otros países del mundo, más o menos ricos en recursos, más o menos extensos que la Argentina. Hemos declinado fuertemente en cualquier comparación entre los datos de la Argentina de la década del ‘20, del ‘30 sobre todo, y su inserción en el mundo, con los datos estas últimas décadas, que son realmente dramáticas. La Argentina tuvo el séptimo Producto Bruto por habitante del mundo hace 70 años y hoy se ubica en el número sesenta. Esto es una pérdida relativa muy grande. 

Tenemos grandes problemas de cantidad y de calidad de empleo, altísimos índices de pobreza -nunca vistos- que llevó en muchos casos a la exclusión social, lo cual complica no solo el presente sino también el futuro. Tenemos una bajísima participación en el comercio mundial en un mundo muy globalizado y con creciente tráfico de mercaderías y de servicios, tenemos altos niveles de corrupción, tenemos un default económico y financiero que abarca también algunos otros aspectos de la sociedad. 

Antes tuvimos un default sanitario, y ese no sería el peor problema. Cuando se presentó la aftosa en la Argentina afectó enormemente a la exportación de sus productos más básicos. Pero la forma en que se dió el default muestra algunas de nuestras características. Tener una accidente, un brote de una epidemia, de una enfermedad que ni siquiera era grave, no era lo más dramático. Lo peor es que un país mienta, diga que no lo tiene cuando lo tiene. Esto, sumado a un default económico financiero festejado. Un país puede caer en default, puede tener un problema una empresa, pero festejar el default y eso además transmitido por todo el mundo, tiene consecuencias graves y muestra también una forma de actuar de la dirigencia y de las autoridades de un país. Por lo tanto se traslada eso a sus pueblos, a sus ciudadanos, muestra actitudes, muestra que hay algunos desvalores que evidentemente no ayudan ni al propio país ni a su reinserción en el mundo. Esta es una realidad y negarlo sería un hipócrita. 

Por supuesto que en estos últimos años se agregó la recesión, como dije antes, el desempleo, la fuga de capitales. Como se sabe hay más capital de argentinos en el exterior que en nuestra propia deuda defaulteada. Esa fuga no ocurrió ni en los últimos 3, ni 5 ni 6 años; son décadas de fuga de capitales y en muchos casos también ha habido una fuga intelectual o anímica. Muchos de los emprendedores sanos de la Argentina cuando pasa esta sucesión de cosas comienzan a emigrar intelectualmente si no lo pueden hacer físicamente. Empiezan a pensar en proyectos, en años sabáticos afuera, en buscar una oportunidad en otro lugar, mandar a sus hijos no para estudiar afuera y volver después a aplicar su conocimiento en el país sino para pensar en una inserción fuera del país. Y todo esto en un país en que está todo por hacerse y donde hay una enorme dotación de recursos naturales de todo tipo, extensión, clima favorable, turismo, minería.

Recordando una parábola, no fuimos capaces de multiplicar los talentos, y esto no es de ahora sino de hace unas cuantas décadas. Coincido con Eusebio Mujal en cuanto a la falta de proyecto, pero también carecemos de unas cuantas cosas más, en materia de cultura, valores y actitudes concretas, y en el tema de las instituciones. Una caída tan persistente como la nuestra, que es un caos de estudio en todo el mundo, tiene que tener seguramente explicaciones profundas. No es un hecho concreto, no es que pasó un huracán el año pasado que duró una semana y nos dejó una secuela muy grave, sino que se han ido acumulando a través de décadas las actitudes, los desvalores que nos han llevado a esta realidad que vivimos hoy. 

Esta decadencia tiene una profunda raíz cultural. La dirigencia es obviamente la más responsable de lo que ha pasado. No le vamos a exigir cuentas a quien no tiene un estudio, a quien no ha tenido la menor posibilidad de ejercer autoridad o de tomar decisiones de fondo. Dentro de la dirigencia están los políticos, intelectuales, empresarios, sindicalistas, los hombres de la justicia. 

Algunos conceptos, y ya desde el ángulo empresarial, que no fueron claros en la Argentina son ¿qué es la empresa? ¿para qué sirve una empresa? ¿cuál es el rol del empresario? ¿qué rol juega la ganancia? ¿para qué sirve? ¿es buena o mala? Si fueran claros se gestaría una atmósfera favorable para que quien quiere invertir sanamente encuentre las condiciones necesarias para hacerlo. Ese terreno fértil existió en la Argentina solamente en períodos sumamente cortos, como saben los que tienen un poco más de años y memoria. Recuerdo la administración de Frondizi, o también en algún gobierno no democrático cuando fue ministro de Economía Krieger Vassena, o los primeros años de la década del ‘90. Pero si tomo 50 años no encuentro muchos más períodos de clima de atracción para la inversión de riesgo.

Las empresas se diferencian de un negocio que empieza y termina de una sola vez. La empresa tiene por objetivo producir bienes o servicios en forma continua a través del tiempo, en forma eficiente, generando con eso un valor agregado. Parte de eso tiene que ser para el accionista, y parte tiene que volver en reinversión. Por eso la empresa requiere un cierto marco, requiere reglas de juego. Imagínense por un minuto que al mejor Maradona que recordamos le estuvieran cambiando el reglamento cada diez minutos. No podría haber funcionado como un gran jugador si le corren el arco, si le cambian los límites, si lo que es penal no era penal. No existe una actividad que no tenga un marco mínimo de reglas que duren a través del tiempo. En la Argentina esto no ha sucedido. Los cambios han sido y son permanentes. Es muy difícil entonces plantear inversiones que luego generen trabajo, producción, con un esquema de tan corto plazo. Por eso se piensa entonces más en el negocio que en la empresa. Si la forma de encarar la actividad es que en cualquier momento me tengo que ir, no se lo hace de la misma manera que si el concepto es que quiero quedarme, echar raíces, progresar. 

Es una cuestión de tipo conceptual. No se ha comprendido que una empresa cuando actúa en un marco de competencia, y puede y debe confrontar con otras empresas, legitima su ganancia. Por eso la ganancia tampoco ha sido bien vista, porque se ha pensado -y muchas veces ha ocurrido- que en vez de ser el fruto de una competencia sana entre distintos operadores ha sido el beneficio grosero, producto de una ventaja espúrea o de una prebenda malamente conseguida, a través de una corruptela. Por eso también la imagen del empresario en general es pobre, ya que el concepto que se difunde es que hay mucho empresario rico de repente con esa riqueza obtenida no de una competencia sana. Y después viene esa mezcla superficial de meter a todos dentro de una misma bolsa. Pero así como hay algunos dirigentes políticos que son sanos, capaces y bien intencionados, de la misma manera ocurre con el empresariado, aunque lo peor es que el promedio no funciona y por eso estamos mal como conjunto. No son excepciones sino que son muchos los casos. Entonces viene la generalización y las empresa, la ganancia, y el empresario están mal vistos. ¿Quién va a generar entonces el empleo de tipo productivo si no es el empresario? En esto quiero aclarar que cuando se habla de empresario no se habla solo del patrón. Los argentinos hemos subestimado estas cuestiones de concepto, lo cual implica también un problema cultural que se resuelve por varias vías: con educación, con reglas de juego claras, con una participación del Estado que marque la cancha y sea el garante de la libre competencia igualitaria para todos, y no que altere su rol y que por momentos se vuelva empresario. Tiene un rol que cumplir, es el árbitro de esa cancha. 

En ese contexto se suman también algunas cuestiones culturales. En un artículo Félix Luna explicaba que ya desde la época de la colonia, ante la rigurosa normativa que venía de España generalmente el virrey emitía una resolución que decía “se acata pero no se cumple”. Eso parecería que fue impregnando la cultura de los argentinos. Sale una norma sobre velocidad máxima, se acata pero no se cumple. Y así con tantas otras cosas. Vivir en un contexto de ese tipo con problemas culturales importantes, y con actitudes que dejan a un lado los valores -que por otro lado tampoco se explican con firmeza- genera comportamientos, en términos demasiado duros, esquizofrénicos. O sea, sabe uno que debe manejarse de un modo y se comporta exactamente de otro modo. O lleva a ser absolutamente “light” para deslizarse rápidamente hacia los disvalores, por el hecho que si no lo hago fracaso o desaparezco. Obviamente cuando hay un problema de tipo cultural y de actitudes como ésta -es la perspectiva que yo he vivido, que ha sucedido en la Argentina- nuestra vida diaria se vuelve complicada, difícil y muchas veces se producen fracasos, disgustos y esas huidas de capitales, intelectuales o anímicas que antes mencioné.

¿Cómo salimos de ese círculo vicioso hacia un círculo virtuoso que nos permita ir hacia adelante? En este punto aparece mucho más fuerte la responsabilidad de la dirigencia, la presente o la que venga, porque seguramente cambios estructurales tanto en los conceptos como en los valores es difícil que puedan hacerlos las mismas personas que han estado conviviendo en este tipo de sistema, y quizás fomentándolo. 

No tengo en claro cómo se hace esa renovación, no soy un experto en ese tema, pero creo que si los bien intencionados y los que se supone que tenemos o compartimos determinados valores y conceptos basados en lo que ha funcionado en el mundo, en lo que hemos visto o aprendido acá y afuera, si no nos juntamos todos aquellos que pensamos de una manera parecida, va a ser muy difícil que cambie este sistema. Alguna forma o algún esquema de red, de comunicación, de institución que empiece a juntar estas maneras de pensar y que vaya tendiendo puentes unas con las otras, tendrá que ser quizás el arranque de un camino que haga quebrar esa tendencia tan lamentable. 

Estos cambios no pueden venir desde abajo, no pueden salir de un grupo que un día se siente en una esquina y decida que va a cambiar la educación de la Argentina, que se va a volver al valor del trabajo, del esfuerzo, del conocimiento. Estas cosas tienen que salir de gente que ha recibido otros talentos, que aparecerán en algún momento en la sociedad.

En muchos casos -y hablo por el sector empresario- vivimos muy dentro de las propias realidades de las compañías, en parte por las dificultades que había que afrontar, en parte también por no querer mezclarse, por decir yo no pienso de esa manera, estoy en total desacuerdo con todo eso. Entonces yo me repliego hacia mi compañía, porque al menos ahí estoy en otro medio, privilegio esas otras cosas que a mí me interesan, pero en un contexto como este me va la vida y, por lo tanto, de la puerta para afuera de la empresa nada hacemos. Creo que ha sido un error y en eso el empresariado sano debe hacerse una autocrítica muy importante. Hay que salirse de la puerta en el caso nuestro de las empresas, como otras instituciones deberán hacer algo parecido. Dentro de esa crisis de conceptos, de valores y de desvalores, también hay que hablar del pago de los impuestos. En general todos decimos que los impuestos deben pagarse pero la inmensa mayoría no se siente plenamente obligado a pagarlos. En la Argentina pagan impuestos a los bienes personales, a la riqueza, unas 50.000 personas, pero hay más de esa cantidad con patrimonios superiores al mínimo que exige la Dirección Impositiva. Los niveles de evasión son monstruosos. En lugar de corregirla se inventan nuevos impuestos para los que ya pagan, con lo que los van ahogando, de manera tal que esto termina en la imposición -como ha ocurrido en los últimos años- de impuestos muy distorsivos a los cheques o a las exportaciones. Debe ser uno de los poquísimos países del mundo que grava las exportaciones, cuando la mayor parte las estimula. ¿Con qué autoridad entonces la Argentina puede reclamarle al mundo en las reuniones de la Organización Mundial del Comercio? ¿Con qué autoridad puede exigirle al mundo desarrollado que no sea proteccionista, que no frene el ingreso de los alimentos provenientes de los países que somos grandes productores de alimentos? Poca autoridad.

Argentina tendría mucha más autoridad para reclamar si su default no hubiera sido declamado, si no hubiera mentido, si no estuviera gravando sus exportaciones. Perdemos autoridad para debatir estos temas con fuerza. 

Tenemos que revalorizar el concepto de empresa, el rol del empresario, el rol del Estado, necesitamos reglas de juego parejas y estables a través del tiempo que copien o por lo menos mantengan un grado de sensatez en función con lo que funciona en el mundo. La mayor parte de las verdades en cuestiones económicas están básicamente descubiertas.

Finalmente quiero expresar la necesidad de hacer un enorme esfuerzo por un lado para salir del cascarón en el que cada uno se siente medianamente preservado, la propia empresa, la familia, el grupito de los amigos, por el deber que creo que tenemos si es que queremos cambiar esta realidad y trascender del modo que sea, escribiendo artículos para los diarios o cartas de los lectores, participando activamente en ciertas instituciones, o cada uno verá de qué manera puede avanzar en ese sentido. En caso contrario continuaremos en este declive tan lamentable. Recuerdo siempre que en 1987 el Papa Juan Pablo Segundo vino a la Argentina y nos habló a los empresarios, que vivíamos también en ese momento con un estado de ánimo muy malo, estábamos al borde de la hiperinflación, había una gran huida de capitales, en una década que se creía perdida. El venía de Chile y había sobrevolado por el medio toda la Argentina. El Papa entonces dijo: Señores empresarios, he visto algo de lo que ustedes tienen y ustedes tienen la obligación de multiplicar la herencia recibida. Ese razonamiento es tan válido para los empresarios como también para el resto de las dirigencias.

CÁTEDRA ABIERTA DE RESPONSABILIDAD SOCIAL Y CIUDADANA