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Reflexiones Cátedras

El tema de la corrupción está mucho en los discursos pero poco en la práctica

El analista Rosendo Fraga afirmó que la brecha entre el debate y la acción no es algo que empieza en los últimos años sino que tiene que ver con la cultura y registra una larga historia en la Argentina. En esta página está su ponencia en la Cátedra del Foro.

Más que en un aspecto teórico me voy a centrar en la faz táctica de lo que podríamos llamar ética, política y sociedad civil, como un triángulo. Primero quiero plantear cuánto del pensamiento de Machiavello influyó en la ética política del mundo occidental. Es decir, que el político occidental desde el siglo 16 lea a Machiavello como autor de su libro de cabecera tiene muchísimo que ver con la confusión que impera. Con esto no quiero decir que los reyes del Medioevo fueran más éticos que los del iluminismo o los gobernantes democráticos del siglo 20. Pero peor es evidentemente toda esa admiración por Machiavello que siempre han profesado los líderes políticos occidentales. De allí en más parece en alguna medida que el político separa, muchas veces, lo que es la ética en términos generales y lo que es la ética en términos prácticos, concretos.

Segundo, el político se autoconvence de que la mejor forma de que se concrete el bien común es que llegue al poder, mantenga el poder o retorne al poder. Y esto es un convencimiento psicológico genuino en el político con aspiraciones al liderazgo presidencial, admitiendo que este no es un problema solamente local. El político, al no poder tener reconocimiento público en general, le da mucha más prioridad a lo que son aspiraciones de beneficio personal. Es un autoconvencimiento muy fuerte. Y esto combinado con la teoría del mal menor, en gran medida de raíz maquiavélica, lo que muchas veces a nosotros nos puede parecer un conflicto ético, el político lo resuelve individualmente.

Ahora se observa que en esta discusión hay un divorcio o un conflicto entre la ética y la política en términos prácticos. En términos teóricos no es un tema nuevo.

Di un ejemplo de la influencia maquiavélica en el pensamiento político occidental para marcar que este no es un problema que empieza en este momento. Pero tengo que reconocer que cuando a un país como la Argentina uno lo pone en una performance de lo que Argentina fue y es, evidentemente vemos una crisis de representatividad.

Son fenómenos universales pero en la Argentina es un país que si se mira en una perspectiva desde hace 60 o 70 años claramente tiene un retroceso, viendo el promedio de América Latina, muy marcado.

Básicamente lo que nos está pasando en este momento es que hay un divorcio muy fuerte en lo que es el discurso de la sociedad hacia la política, y la práctica de la política. Y subrayo el discurso de la sociedad hacia la política. La ética, el tema de la corrupción, de la honestidad, está constantemente en los discursos, pero está muy pocas veces en la práctica de la política. Creo que hay un problema que no tiene que ver con la ética sino con la incapacidad de trasladar los valores éticos a la realidad concreta.

En los años ’20, con el gobierno de Alvear, el momento de apogeo argentino, nosotros usábamos una política que hoy llamaríamos de marketing directo, en el sentido que invitábamos a los intelectuales del mercado de Europa a que vengan a conocer el país estrella, el país suceso que era la Argentina. Se los invitaba formalmente a dar conferencias en el Instituto Popular de Conferencias del diario La Prensa, estaban un mes en Buenos Aires, viajaban a Córdoba, etc. En 1926 trajimos a Albert Einstein, descubridor de la física nuclear, a estar un mes y medio en la Argentina. Y cuando Einstein termina su visita se le preguntó qué le pareció el país. El lo sintetiza en este concepto: Lo que más me sorprende de la Argentina es cómo un país tan desorganizado ha logrado ser tan exitoso. En el ‘23 en el mismo programa lo trajimos a José Ortega y Gasset y dice: La Argentina es un país culturalmente brillante, los diarios de Buenos Aires son mejores que los europeos, la conversación de los argentinos es verdaderamente de primer nivel, pero esta gente tiene un problema y es que fracasa cuando tiene que resolver problemas concretos.

¿Porqué marco esto? Porque en los años ’20, de la “Belle Epoque Argentina”, en el apogeo, dos intelectuales europeos, muy inteligentes, uno ingeniero físico alemán judío, dice: lo raro de esta gente es cómo logra éxito siendo tan desorganizados, y otro, filósofo, sociólogo español, que es católico, dice: esta gente falla en hacer. Cada uno desde su principio estaba marcando el mismo punto en esta cuestión.

Esta brecha entre el debate y la acción, entre la idea, la propuesta y la acción, no es algo que empieza en los últimos cinco, seis, siete años. Tiene que ver con la cultura, la historia, en parte la antropología nuestra, que siempre muestra un fenomenal “gap” entre la idea y la acción.

Doy algunos ejemplos de la cultura política, de cómo esta brecha claramente se plantea tres años atrás en diciembre del 2000. La Argentina se encontraba en una fuerte crisis política, a raíz de las denuncias de los supuestos sobornos en el Senado y entonces el vicepresidente Alvarez asumía una posición de cuestionamiento a todo este sistema de práctica política corrupta. A principios de octubre el vicepresidente renunció. Alvarez dijo que lo que más le dolió fue la soledad en la cual se sintió en ese momento. Dejemos las simpatías políticas a un costado porque es otro punto. La Argentina tuvo una oportunidad de haber producido una renovación de hábitos, de sistemas. Sin embargo al momento de concretarse, de pasar a la acción, y no solo desde el punto de vista de la política, sino también de los intelectuales, los medios, las ONG, la sociedad civil en su conjunto, lo que se produjo fue un gran vacío y una gran soledad. Básicamente se mantuvo el sistema político tradicional.

En septiembre del 2003 dos de cada tres argentinos se sentían identificados con la frase “que se vayan todos”. Tuvimos elecciones y, con alguna excepción, en casi todo el país ganó el que estaba ejerciendo el poder. Allí encontramos la brecha de la que hablábamos. Eso tiene más explicaciones, pero lo que quiero marcar es que una sociedad que parece reclamar un profundo cambio de la política en su forma, en sus valores, en su mecánica, no lo hace al momento de votar. Alguien podrá explicar esto diciendo que al aparato no se le puede ganar. Yo digo que esto es así pero no tanto. 

Doy un ejemplo muy concreto de la política: el gobernador Solá es electo por el 42 % de votos en la provincia de Buenos Aires y obtiene un triunfo aplastante con una ventaja de 30 puntos más que el que lo seguía. Hilda Duhalde en la lista de candidatos a diputados saca el 40 % de los votos. Con ese mismo porcentaje del aparato justicialista bonaerense, el peronismo en el ‘97 pierde en forma aplastante las elecciones en la provincia de Buenos Aires cuando Fernández Meijide sacó 46% e Hilda Duhalde 42 %. Este es el punto: 42 % fue en el 2003 un triunfo aplastante por 30 puntos de diferencia en la provincia de Buenos Aires y parece un aparato político inevitable. Seis años atrás, ese mismo porcentaje era una derrota catastrófica porque enfrente había una coalición, generada por la alianza, con candidatos “eficaces” para lo que la sociedad representaba en ese momento. Por eso explicar exclusivamente este problema de la política por el “aparato” puede ser un poco simplista, y a veces puede ser una forma de transferir la incapacidad de modificar la política, o situaciones que no podemos manejar, en las que no podemos influir. ¿Qué es lo que hace que un 42 % sea una derrota catastrófica hace seis años, y hoy un 42 % sea un triunfo arrasador? Que hace 6 años había una alternativa política válida en ese momento, representativa de lo que la sociedad civil quería, y hoy no hay básicamente nada.

Si en el país ganó quien estaba gobernando, no se puede desconocer el peso del aparato, y que el gobierno aparte tenga una ventaja importante para ganar una elección. Pero también es cierto que no era una elección absolutamente imposible de revertir si en la sociedad política se generaba una alternativa.

Hay otro tema concreto que marca un gran conflicto entre la ética y la política. En la Argentina hay una frase, que además se dice abierta y públicamente: el que no tiene 70.000 fiscales no puede ganar una elección nacional. Con esto reconocemos que en la política práctica, operativa, tenemos una serie de mecanismos que no digo que van a torcer absolutamente la voluntad popular, pero en la realidad terminan generando condicionantes. Manejar o no esta cuestión significa a lo mejor tres o cuatro puntos en una elección. Y cuando se trata de diferencias de dos, tres, cuatro o cinco puntos esto define una elección.

Hemos tenido una oportunidad muy concreta de terminar con esto y a nadie le importó, con el voto electrónico. No digo que esa sea una solución a todos los problemas del clientelismo político, las corruptelas, etc, pero es algo que mejora sustancialmente la calidad del ejercicio. Por lo menos se termina con el hecho de que hacen falta 70 mil fiscales o no se puede ganar una elección.

En Brasil todos votan en forma electrónica. La elección de Lula fue en todo el país con voto electrónico y Paraguay ya lo utiliza para todo su patrón electoral urbano con tecnología y software brasileño. En la Argentina dicen que no se puede usar porque es muy complejo. El gobernador Solá se propuso hacer una experiencia reducida en siete partidos del interior de la provincia, en la zona rural, que en su conjunto representaban el 7 % del padrón electoral de esa provincia, un avance pero que en realidad no afectaba sustancialmente los intereses. Para eso se necesitaba que la legislatura provincial y la Cámara de Diputados de la Nación hicieran modificaciones en la legislación electoral. Vino el presidente de la Corte Suprema de Brasil y firmó un convenio para dar toda la asistencia brasileña como lo habían hecho en Paraguay. La legislatura provincial terminó modificando la legislación para permitir la experiencia en los siete partidos, pero no se logró que la Cámara de Diputados de la Nación lo aprobara. O sea que en un momento en que la reforma de la política, la mejora de la calidad, estaba constantemente en los discursos, cuando se trató de resolver algo concreto, movilizarse para algo, la misma sociedad civil apareció en un silencio absoluto. ¿En qué terminó? Que en los siete partidos la experiencia fue mínima: se hizo solo para los extranjeros que votan solo cargos municipales.

Los defectos de la política, y la brecha entre la política y la ética, la conocemos, pero tenemos que plantearnos cuál es nuestro papel frente a esto, una visión autocrítica, y esto vale para el empresariado, las ONG, los intelectuales, los periodistas, y me incluyo en lo que me corresponde a mí también. Estamos constantemente con el discurso de mejorar la ética, la calidad, pero el punto es cuándo se irá a los problemas concretos. Es lo que vimos en los ejemplos. Los resultados son ineficaces, más allá de las intenciones. Creo que tenemos un gran déficit en la sociedad civil, muy predispuesta al discurso, pero muy poco dispuesta a la acción concreta cuando se plantean oportunidades de poder hacer algo específico para mejorar la calidad de la política

CÁTEDRA ABIERTA DE RESPONSABILIDAD SOCIAL Y CIUDADANA