Expirado
Reflexiones Cátedras

El factor cultural y el desarrollo económico

Más que una cuestión técnica o política, llevaron al retroceso en la Argentina los valores, creencias, supuestos y preconceptos, advirtió Alejandro Bernhardt

(Universidad Católica de Córdoba) en la Cátedra del Foro. La salida pasa por la aplicación de nuevas reglas de juego. En esta página damos a conocer su ponencia. 

Propongo un ejercicio de autocrítica, exento de ingenuidad, en el sentido que el foco que voy a elegir para mis reflexiones está en nosotros, en lo que somos capaces y podemos hacer dejando de lado por un momento las restricciones externas con las cuales estamos habitualmente acostumbrados a razonar. Primero hagamos un repaso de las condiciones en las cuales se puede obtener o no el desarrollo económico, enfatizando obviamente en lo cultural, como la denominación de la ponencia lo sugiere. En segundo lugar les propondré algunas preguntas que están más desarrolladas en el texto que publicamos en el ICDA (1). Elegí solo algunas de ellas para comentar. Se trata de caracterizar un determinado factor cultural. Por supuesto que sobre esto hay mucho trabajo realizado. En el texto yo cito alguna bibliografía que hemos utilizado, particularmente Harrison y Huntington en un trabajo muy importante que hicieron en un seminario en la Universidad de Harvard hace un par de años. 

Luego me refiriré a las cuestiones de las pujas distributivas y a su legitimación política, por las que atravesamos largos años, y finalmente haré una reflexión acerca del camino que podríamos llegar a recorrer para intentar solucionar estos problemas, o por lo menos para empezar a intentarlo. 

Con respecto a los factores que condicionan el desarrollo económico, lo tradicional siempre ha sido decir que depende de factores económicos. Algunas posturas reconocen e incorporan el elemento político y se le da menos importancia a lo cultural, que es lo que quiero enfatizar. En todas las explicaciones, en todas las conceptualizaciones, aparecen siempre lo que en los textos se llama aspectos o factores residuales. Es decir, todo aquello que no está claramente especificado como condicionante del desarrollo se agrupa incluso matemáticamente en lo que se llama un factor residual, que es lo que aquí estoy denominando como un elemento situacional. Por supuesto este proceso de desarrollo económico está planteado, y así lo asumimos, en un contexto democrático, tal como se lo ha venido enfatizando en las distintas presentaciones que ha habido no solo en la jornada de hoy sino también en las anteriores. 

Cuando hablamos del factor económico nos estamos refiriendo a la existencia y empleo de esos recursos, a la tecnología, a reglas de juego, a equilibrios macroeconómicos y a políticas económicas apropiadas. Son seis subfactores de ese factor económico. Pero reparemos que habitualmente, incluso en las conversaciones diarias, ponemos un énfasis exagerado solo en el primer subfactor, en el de la existencia de recursos. 

Recordemos algo que en las escuelas primarias repetíamos con gran devoción, que la Argentina es un país inmensamente rico, y empezábamos a hacer una larga enumeración de recursos naturales que justificaban esa expresión. Mientras que por el contrario los pequeños estudiantes de las escuelas primarias de países como el Japón repetían que ese era un país muy pobre, y que por lo tanto debían esforzarse diariamente para sostener su nivel de vida. No solo hay un problema, una dificultad, en el énfasis exagerado del factor económico como causal del desarrollo económico, sino que además de eso se pone un énfasis exagerado y perverso en uno solo de sus componentes. 

Colabora el factor político, que estamos planteando genéricamente, la calidad institucional. La confluencia del factor político y el económico da lugar a la política económica, entendida como la economía puesta en acción. 

Este factor político también en el lenguaje diario termina siendo desvirtuado porque todos repetimos o escuchamos esa expresión que se utiliza a veces: “lo arreglamos políticamente”. Esto se da como una oposición a una regla “técnica” o “científica”. Entonces además de no reconocérsele la verdadera importancia que tiene ese factor en un proceso de esta naturaleza, también se lo distorsiona en términos de su significado preciso. 

El factor cultural, al cual yo le doy la máxima importancia en la presentación, lo entendemos como los paradigmas, las lentes, los filtros a través de los cuales miramos, percibimos y vemos, aunque “vemos” lo pondría con signo de pregunta. Se expresa como un conjunto de creencias, supuestos y preconceptos a los que adhiere en forma inconciente o conciente la población de un país. 

Esto da lugar en muchos casos a una especie de estereotipos, que cuando hablamos de países -a veces hasta un poco jocosamente si se quiere- se caracteriza de una manera un poco particular. Por ejemplo, los europeos dicen que en Inglaterra está todo permitido excepto lo que esté expresamente prohibido; por el contrario se dice que en Alemania está todo prohibido excepto aquello que esté expresamente permitido. Mientras que se le adjudica al estereotipo italiano que está todo permitido, incluso aquello que esté expresamente prohibido. O sea, mas allá de la exageración, a lo que voy es que esta manera de ver las cosas, estos paradigmas, estos filtros terminan generando incluso verdaderos estereotipos a nivel de país. Plantearé algunas de las preguntas y sus correspondientes respuestas del libro que mencioné. Son 20 en realidad en el esquema original de Harrinson y de Huntington. La idea es que a través de las respuestas a estas 20 preguntas uno puede generar una clasificación de los escenarios culturales. Si van en una dirección determinada tendremos mayoritariamente un escenario propicio al desarrollo económico, mientras que si van en una dirección contraria tendremos un escenario adverso o contrario al desarrollo económico. 

En el texto lo que plantemos es que todas las respuestas A como tipo indican un escenario adverso al desarrollo económico mientras que las respuestas B plantean un escenario propicio. Por cierto que esto es una clasificación muy grosera, al plantear solo blanco o negro o una alternativa u otra, y en algunos primeros trabajos en que estamos haciendo encuestas, particularmente en Córdoba, entre alumnos universitarios y de intercambio -particularmente de España, de Francia y de Alemania, o alumnos de postgrados- abrimos cuatro o cinco opciones mucho menos tajantes que estas dos que estamos planteando. En estos primeros resultados, que son obviamente muy limitados por la cantidad de participantes, es sorprendente la diversidad de los escenarios que generan a través de sus respuestas los estudiantes de postgrados. Estamos hablando de profesionales de Argentina versus lo que ocurre con esos estudiantes europeos. 

Es casi una regla que la mayoría de respuestas de estudiantes argentinos van inevitablemente a la dirección A, esto es escenarios culturales adversos al desarrollo económico, mientras que las respuestas de los estudiantes europeos van casi inevitablemente, o mayoritariamente, hacia la dirección B, hacia escenarios favorables al desarrollo económico. Una primera pregunta se refiere a la importancia que se le atribuye al ejercicio de las llamadas “virtudes menores”, tales como la limpieza, el orden, la puntualidad, el respeto. En realidad constituyen una expresión superficial de síntomas, de valoraciones profundas respecto de cuestiones mucho más importantes. Entonces si la respuesta dice que la importancia es secundaria, daría una primera aproximación a una sintomatología cultural contraria al desarrollo económico. Mientras que si se le atribuye una importancia fundamental, se entiende que forma parte natural del modo de ser de las personas, estaríamos pensando en escenarios que desde los valores generan mayores oportunidades de desarrollo económico. 

Otra es ¿cuál es la extensión del radio de identificación y confianza para desarrollar emprendimientos? Cuando buscamos un nuevo empleado o queremos contratar un profesional ¿dónde lo buscamos? ¿tendemos inmediatamente a hacer una búsqueda por amiguísimo, por nepotismo, favoritismo, las famosas gauchadas criollas, la “contactología”, o hacemos una búsqueda exhaustiva y realista en términos de las actitudes y las aptitudes que el que va a ocupar determinado puesto debe tener? Si finalmente el que reúne los requisitos exigidos por la búsqueda está dentro de ese círculo de amistad, o dentro de nuestra familia, tanto mejor, pero sin invertir el orden de causalidad en la búsqueda. Entonces la respuesta va por la búsqueda en un ámbito reducido que abarca a la familia y los amigos, con prescindencia de las actitudes y aptitudes, o bien la búsqueda va hacia un ambiente amplio que abarca a toda la sociedad, basando la selección en esas actitudes y aptitudes. Como en todos los casos, insisto, las respuestas A van caracterizando un escenario adverso al desarrollo económico y las respuestas B uno favorable. 

Otra tiene que ver mucho con nuestra realidad lamentable actual: ¿cómo debería actuarse para reducir la pobreza? Hay dos respuestas que caracterizan escenarios adversos o propicios, una redistribuiyendo el stock de riqueza existente en beneficio de los pobres y la otra estimulando la creación de riqueza adicional para mejorar la situación de los pobres. Esto tiene que ver con esa vieja expresión: repartir pescado o enseñar a pescar. En términos de valores detrás de esta respuesta está la presunción acerca de que el stock de pescado o la “torta” a repartir es fija en el primer caso, en el sentido de que hagamos lo que hagamos el stock no se va a alterar, o que es variable, lo cual coincide con la segunda postura en el sentido de que según cómo se haga ese proceso redistributivo y esa mejora de la situación de pobreza, estaremos afectando el stock existente, de manera que la política redistributiva debe ser consistente y permanecer en el tiempo. Esto tiene que ver con la manera en que las políticas asistencialistas se realizan en términos de generar esas conductas favorables al desarrollo económico. 

Otra pregunta tiene que ver con la competencia, una mala palabra, una palabra prohibida. El escenario adverso al desarrollo económico implica asumir que la competencia es una agresión, por lo que debe ser frenada mediante conductas curativas. O bien en un escenario propicio al desarrollo económico se la asume como un estímulo para la superación individual, por lo que debe ser promovida. Hay posturas muy extremas, desde el rechazo total a cualquier noción de competencia hasta las de algunos autores muy neoliberales que dicen que la verdadera solidaridad es la competencia, en el sentido de que cuanto más compito con el otro más lo ayudo a mejorar. Las primeras respuestas van a la dirección A, y prácticamente la conclusión es que nosotros aceptamos la idea de la competencia casi exclusivamente en términos deportivos, y a veces muy mal, como lo vemos como protagonistas de la tribuna de cualquier cancha de futbol por ejemplo. Lo notamos a nivel gremial, vemos la preocupación muchas veces por las mejoras de la productividad y que se focaliza en la cuestión de los igualitarismos, de los derechos, a nivel empresario vemos el tema de los arreglos institucionales o corporativos, a nivel político el tema de los pactos, la famosa lista sábana, o sea esta ausencia de competencia porque es algo así como un disvalor. Si lo llevamos al ámbito educativo, un terreno muy sensible, este rechazo del valor de la competencia nos lleva a que se plantea como un valor el ingreso irrestricto al sistema educativo. En sí mismo está muy bien, en términos de ofrecer igualdad de oportunidades. Pero es un problema cuando esa ausencia de competencia se plantea en términos de una permanencia estricta en el sistema educativo y peor aun si después lo planteamos en términos de un egreso estricto, en el sentido de que todo aquel que accede a una institución universitaria tarde o temprano recibirá su título. 

Otra pregunta es ¿cuál es la concepción imperante acerca del vínculo entre la ley y la autoridad? De eso entre nosotros en la Argentina tenemos mucho para ejemplificar. En un escenario adverso al desarrollo económico asumimos que la ley está subordinada a la autoridad, y esto obviamente genera inestabilidad política. En el escenario propicio asumimos que la autoridad está subordinada a la ley y esto genera estabilidad política. Solo para hacer algunos repasos de nuestra historia reciente y conocida, recuerdo nuestros famosos pagos de deudas con bonos, reelecciones a gusto en distintos ámbitos políticos, el default de la deuda, corralito, corralón, pesificación asimétrica, ejecuciones hipotecarias, las diversas formas de “arreglo” de multas de diversos tipos de infracciones. Son síntomas y expresiones concretas a través las cuales queda evidenciada esta valoración social respecto a que la respuesta instalada en nosotros, en la sociedad, es la primera una vez más. 

¿Cuál es la visión imperante del mundo? Acá la respuesta adversa tiene que ver con un conjunto de restricciones que limitan la posibilidad de las personas. Mientras que la postura contraria, identificadora de un entorno cultural propicio, implica asumir un conjunto de oportunidades que estimulan la posibilidad de acción de las personas. Si repasamos de nuevo nuestras expresiones diarias, aquello que estamos acostumbrados a escuchar y nuestras conversaciones de café, somos demasiado afectos a las visiones conspirativas. Siempre alguien tiene la culpa, alguien que no sea yo mismo, alguien externo como dijimos en reiteradas oportunidades, los aparatos, y diverso. El folklore nacional en esto es muy fructífero en cuanto a los imperialismos de diversos signos, la masonería, el sionismo; es una enorme lista de ismos a los cuales les asignamos responsabilidades y culpas por nuestros problemas. En este sentido hacemos lo que yo llamo una especie de psicoterapia social, es decir siempre buscamos un culpable externo porque esto nos alivia. Es como cuando en un tratamiento nuestro analista nos dice: “sí, claro, porque la relación con su padre ahí está” y me siento bien porque encontré un culpable externo y eso me alivia al buscar responsabilizarme por los problemas. Encontramos expresiones de nuestras reflexiones diarias como: no nos dejan progresar, necesitamos ayuda, necesitamos tipos de cambio alto para poder exportar, aranceles elevados, o “no se puede contra los aparatos”. Son siempre expresiones que llevan a ver el mundo de esta forma, y esto obviamente es en sí mismo inmovilizante. Si lo asumimos así, está todo perdido. Si no depende de mi la vocación o de la voluntad de cambio, no tengo mucho por hacer. 

Otra pregunta es: ¿cuál es la concepción imperante acerca del proceso de la vida de las personas? Esto evidentemente va muy en línea con la anterior. Pensemos en el lenguaje diario. Cuántas veces decimos y escuchamos: no tuve suerte, no pude estudiar, no me dio la oportunidad este jefe que no me ascendió, este profesor que me persiguió, todas conductas y actitudes que van en la línea de la respuesta A. 

Otra: ¿Cómo se concibe el rol del individuo en la sociedad? En el primer caso debe ser controlado y hasta desplazado por el Estado, reemplazando, limitando su iniciativa, y en el segundo debe mantener su “desorden creador” y el Estado debe garantizarlo estimulando su iniciativa. Esto va muy en línea con la responsabilidad del sistema educativo, si formamos buscadores o creadores de empleo, y la diferencia no es menor. Es decir ¿qué instalamos como valores? Alguien que va a leer el diario buscando un empleo o va a colocar esas oportunidades de trabajo. Por cierto que las respuestas preliminares en el caso de la Argentina van hacia escenarios tipo A, mientras que para estudiantes europeos van hacia escenarios tipo B. En una exposición del profesor Stefano Zamagni, de la Universidad de Bolonia, en Buenos Aires, planteaba dejar esta discusión, este “más o menos Estado”, o sea si estamos ubicados donde hay un alto costo por demasiado orden y menor libertad, esto es mayor injerencia del Estado, o si tenemos costos importantes por demasiado desorden, menos participación del Estado aunque haya más libertad en principio. Independientemente de la opción que hagamos de estar con un Estado reducido o intervencionista, tenemos que analizar cuáles son los valores de esta sociedad donde funciona ese determinado Estado. En el mundo tenemos experiencias de Estados muy amplios, muy importantes, o muy pequeños, que funcionan bien o mal en ambos casos. La verdadera discusión debe centrarse en los valores que están presentes en esa sociedad, y ver si son propicios al desarrollo económico o si son adversos. 

La idea del capital civil, del profesor Zamagni, depende primero de las normas sociales de comportamiento, por ejemplo de las virtudes menores que mencionaba, en segundo lugar del capital social, fundamentalmente la confianza y la reciprocidad. El doctor Zamagni ejemplificaba esto con lo que sucede por ejemplo en el sur de Italia, donde el radio de confianza está limitado a la familia. Hay una incapacidad social de trasladar ese radio de confianza de la familia a la sociedad en su conjunto. Cosa que no sucede concretamente en Italia en el norte del país. 

En tercer lugar este capital civil depende de los valores sociales que llevan a un determinado comportamiento. Cada uno de nosotros hace algún aporte en términos de oferente a algún producto o servicio, en el cual participamos en su elaboración, y por otro lado participamos en la demanda de bienes o servicios que necesitamos para nuestra subsistencia. El tema es cuál es la escala de valores que está detrás de este funcionamiento, porque el bienestar es el resultado del esfuerzo que se haga, lo “desagradable” que tenemos que hacer para sobrevivir en términos de trabajo si es que así lo asumimos, y lo agradable que es el gozo, el bienestar material al cual este ingreso nos hace merecedores. La cuestión es que aquella maximización de bienestar neto puede ocurrir para cada uno de nosotros con altos niveles de esfuerzo para altos niveles de bienestar material, o simplemente puede ocurrir para varios niveles de esfuerzo y con una cierta resignación a bajos niveles de bienestar material. En este sentido hay un cuento que hizo popular Landriscina hace algunos años que ejemplifica muy bien al empresario que se encuentra con un pastor de cabras en la sierra y le pregunta por qué no adquiere animales de mayor calidad, por qué no hace un cerco, y toda una serie de interrogantes, ante cada una de las cuales el pastor le preguntaba para qué, hasta que en la última pregunta el empresario le contesta “pues para vivir bien”, y el pastor le dice que es lo que estaba haciendo: estaba durmiendo la siesta debajo de un árbol. A esto nos referimos con este esquema, es decir, qué nivel de esfuerzo cada uno se plantea en su vida social. 

La incidencia que todo esto tiene sobre la posibilidad de desarrollo económico es crucial. Las pujas distributivas están latentes en toda sociedad, y se exacerban en momentos de retroceso económico cuando todos advertimos que el tamaño de la torta no crece o peor aun que tiene perspectivas de reducción. Si simultáneamente no hay suficiente consenso distributivo, o sea si socialmente no estamos de acuerdo en torno la forma que este producto social debe distribuirse, estos dos elementos se potencian entre sí y generan las pujas. Esto como subproducto cultural ha llevado en la Argentina a la actuación de lo que yo llamo los mecanismos distribuidores en donde obviamente el Estado a lo largo del tiempo, el factor político, se ha vuelto un cómplice usurpador y distribuidor. 

Este factor cultural presente en la sociedad da lugar a respuestas de la política económica, cierto confluencia de política y el factor económico. Un primer supuesto es que los hombres son como deberían ser, es decir plantearnos desde las políticas públicas concretamente qué tenemos como sociedad, incorporados los valores propicios para el desarrollo económico. Si esto es así, todo está bien. Para una sociedad europea no es necesario hacer un control demasiado firme de la política tributaria porque la sociedad tiene incorporado este valor. Entre nosotros es muy distinto. Hay un ejemplo histórico, muy claro, cuando un ex ministro de Economía dijo: “les hable con el corazón y me respondieron con el bolsillo”. La pregunta es: ¿qué esperaba? Estaba en la situación del voluntarismo y es una postura ingenua. 

El otro supuesto es decir: asumo que los hombres son como son, con estas virtudes, con estos defectos, con esta carga de un factor cultural adverso al desarrollo económico. Estamos en la postura de incompetencia, de tal manera que el resultado final es una demanda que excede con creces las posibilidades que esta sociedad puede atender, se acentúa o tolera la manifestación de la puja, el factor político se hace cómplice en el deterioro de la calidad del factor cultural, y favorece esto a través del desarrollo del clientelismo, por lo cual el factor cultural se deteriora todavía más. Sin entrar a analizar una enumeración de lo que llamo las válvulas de seguridad y cuáles son los mecanismos compensadores con los cuales hemos ido atendiendo esta sumatoria de pujas distributivas, resultado de este componente cultural que nos ha impedido el desarrollo económico, detrás de esto está la idea de cada uno de estos elementos a los cuales hemos echado mano en todo este tiempo, y está la idea de vivir de rentas, en vez de vivir de ganancias. 

El común denominador de todos estos factores está expresado en nuestro lenguaje popular cuando decimos: “Me sale bien este negocio y dejo de trabajar”. Pero con el factor cultural propicio al desarrollo económico deberíamos decir: “Me sale bien este negocio y haría otro todavía mejor, generando más puestos de trabajo”. La buena y la mala noticia es que no podemos seguir zafando para adelante a través de este tipo de política. Esto obliga a buscar la verdadera solución para nuestros problemas económicos. Cuando hemos ido agotando el stock de situaciones para ir zafando hacia adelante, llegamos a lo peor, que vivimos en estos días: asaltos, secuestros, robos, etc. Entonces empezamos a reciclar, volver para atrás, utilizar otra vez el déficit público y ver si podemos seguir endeudándonos. 

Luego de esta dosis de pesimismo, la pregunta es cómo hacemos para reencontrarnos con nosotros mismos o con la senda de desarrollo económico, en el sentido de buscar la forma en que la cultura deje de impedir que nuestros recursos puedan transformarse en riquezas acumulables, repartibles y disfrutables. El primer requisito es superar las hipótesis conspirativas. Los aparatos políticos internos existen, las distribución del poder internacional existe. No caigamos en la ingenuidad. Pero podemos focalizar en aquello que está a nuestro alcance, en los valores que podemos construir, en lo que nosotros podemos hacer y eso es un insumo importante para lograr los resultados que tenemos que conseguir. Esto implica un diagnóstico de las causas de la crisis, poner cada cosa en su justo término, transformar las conductas y los comportamientos individuales, sectoriales y sociales.

En el corto plazo, la salida inevitablemente pasa por la aplicación de reglas de juego que impidan la actuación del factor cultural adverso. Tenemos que darnos reglas, normas sociales, que impidan que se pueda manifestar nuestro verdadero ser adverso en algunos de los ámbitos culturales contrarios al desarrollo económico. Estos valores se construyen, esto se aprende, esto es resultado de las reglas de juego que vamos estableciendo. 

Hay una breve anécdota que lo ilustra mejor que cualquier exposición. Hace un par de años estuve en un congreso de la Fundación Adenauer en Berlín, Alemania, y tenía contacto con varios grupos de traductores. Nos encontramos con un traductor del alemán al español que era de Berlín Oriental, y una traductora que era de Berlín Occidental. Conversando con ellos la de Berlín Occidental comentó las dificultades que tenían en una zona para acceder a la televisión por cable, para la instalación, por los trámites que estaba haciendo, el tiempo que pasaba, mientras que el de Berlín Oriental, muy suelto, dijo que no tenía ningún problema, que su hijo estaba estudiando ingeniería, que trajo un cable del edificio vecino y lo tuvo inmediatamente. Digo esto porque tenemos un poco instalado el estereotipo del alemán como el paradigma del cumplidor y seguidor de las reglas. Pero estamos hablando de dos alemanes, uno de ellos cincuenta años sometido a reglas de juego claramente distintas de las del otro. 

De ahí la importancia del aprendizaje, de que esto es una cuestión que se incorpora y no heredada. Hay un vaso comunicante, en el sentido de que establecer reglas de juego va construyendo en el largo plazo una trama cultural propicia. En esto tenemos mucho para hacer desde las ONGs, desde las familias y sobre todo desde el sistema educativo. Las reglas de juego sociales nos llevan a comportamientos que generan externalidades positivas o negativas. A partir de las creencias se generan determinados valores que dan lugar a normas sociales, y esto genera conductas y actitudes. Las conductas de los individuos dan determinados resultados, que enseñan y permiten ir reconstruyendo, fortaleciendo o modificando las creencias presentes en la sociedad. Entonces si de los resultados aprendemos que se consiguen por el esfuerzo, el trabajo, por el talento, por asumir riesgos, por el empeño, por la perseverancia, la aplicación del conocimiento, la honestidad y la dedicación, se irán consolidando determinadas creencias. Si por el contrario pensamos y aprendemos que los resultados se obtienen por ardides, sobornos, chantaje, influencias, mendicidad, rapiñas, sumisión y todas las cosas que podríamos agregar, obviamente los valores que se consolidan serán otros claramente distintos. 

Nuestra programación mental tiene componentes heredados y adquiridos. Nuestra naturaleza humana es obviamente heredada, la cultura es heredada y la personalidad lo mismo. De manera que en nuestro aprendizaje hay un componente fundamental para la construcción de valores. Esto tiene que ver con la discusión en estos días. Nosotros podemos lograr el mejor acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, la más importante quita de la deuda, la menor tasa de interés, los pedidos de gracia más largos imaginables, las condiciones comerciales más favorables, el restablecimiento de flujos de capital hacia nuestro país, y todos los requerimientos económicos que pudiéramos agregar a este largo listado. El problema es que todo esto no sería suficiente si no reconstruimos nuestra trama cultural, ya que volveríamos a incurrir en los mismos errores. Si hoy nos perdonaran la deuda externa probablemente en un par de décadas nos la habríamos ingeniado para volver a tener los mismos problemas. Porque el tema está en la reconstrucción de la trama cultural, dejar o impedir que el factor político siga siendo cómplice en este deterioro de la calidad de nuestro factor cultural. Porque en definitiva, citando un párrafo de Marcos Aguinis “lo que empuja hacia una determinada meta son los valores, las actitudes y las convicciones arraigadas”. 

(1) “Las condiciones para el desarrollo económico”. ICDA-UCC.

CÁTEDRA ABIERTA DE RESPONSABILIDAD SOCIAL Y CIUDADANA