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El camino de la Argentina

Enrique Cristofani, Presidente del Banco Río, comentó las enseñanzas que le dejó recorrer el camino de Santiago, en España, haciendo una comparación con lo que debería suceder en la Argentina. Esta fue su ponencia:

Me han pedido que hable sobre un artículo que publiqué el año pasado, en el diario La Nación, que se llama “El camino de la Argentina”. Lo voy a comentar muy rápidamente. 

Yo creo que uno de los conceptos básicos que están en todas las peregrinaciones es que dan como fruto un ambiente de tolerancia entre los pueblos, entre la sociedad. Creo que ese es un concepto básico que a nosotros nos falta. Y vi tres enseñanzas básicas que me ha dejado el camino de Santiago, haciendo la comparación con nuestro país. 

En primer lugar la importancia de lo simple; en segundo lugar el trabajo en equipo; y en tercer lugar el tema de los objetivos, el tema de las metas. 

En cuanto lo simple, creo que nos faltan políticas de estado, y políticas de estado, en definitiva, yo lo relaciono con tener objetivos comunes. O sea, la forma simple de llamar a las políticas de estado es tener objetivos comunes. Yo creo que nos podríamos poner de acuerdo muy rápidamente de cuáles son las políticas de estado. Por ejemplo, si hay inflación al que más le pega es al que menos tiene, por lo cual creo que hemos aceptado la importancia de una inflación baja. Creo que también nos hemos dado cuenta de la importancia de tener un tipo de cambio competitivo con respecto al mundo, teniendo en cuenta que el tipo de cambio es uno de los referentes competitivos de la economía. Pero es solamente uno; el tema de la competitividad de la economía es mucho más complejo. 

También hemos aprendido sobre la importancia de combinar una economía que crezca una sociedad que crezca en su conjunto. En el Foro se hablaba muy bien de la importancia del empleo y yo creo que tenemos que mejorar muchísimo: tenemos un potencial para crecer en todo lo que tiene ver con el empleo y en otros conceptos básicos como la calidad de la educación, la calidad de la salud, la seguridad.

La combinación entre la economía y la sociedad es algo totalmente posible, por eso insisto en lo que decía antes: pueden ponerse estas políticas de estado en una hoja y la gran mayoría vamos a estar de acuerdo. Pero para eso tiene que haber dialogo, tiene que haber consensos básicos, que sean comunes para todos. 

El segundo aspecto es el trabajo en equipo. Somos una sociedad y una dirigencia que está acostumbrada al todos contra todos. Con esta política nos fue muy mal. Muchos miran con asombro cómo algunas veces nos interesa más tener razón que tener éxito. Hay personas que realmente prefieren tener razón y que al país le vaya mal y viceversa, o sea equivocarse y que al país le vaya bien. Esto es parte de nuestra indiosincracia y creo que es importante reconocerlo. 

Normalmente, además del todos contra todos, miramos para atrás en vez de mirar para adelante, y eso provoca revanchismo tanto a nivel político como a nivel del empresario. Hace un par de épocas se hablaba del tema del campo y de industria. La década pasada era industria o servicios, se discutía de sobre si generaba más empleo los servicios o la industria. Esta es una discusión obviamente ridícula. 

Acá nos interesa que a todos los sectores de la economía le vaya bien, que, en definitiva, todos subamos con un objetivo común. 

Y, hablando de objetivos, ese es el tercer punto. Obviamente, si uno quiere llegar a un lugar, lo primero que tiene que saber es a dónde quiere llegar, y creo que lo importante es que el presidente de política de estado diga cómo va a trabajar y si lo va a hacer en equipo; pero también debe decir a dónde quiere llegar, cuáles son los objetivos que tiene. En ese sentido creo que hace varias décadas que estamos perdiendo el tiempo con discusiones ideológicas, que nos han llevado donde estamos hoy. Por eso creo que es muy importante que dejemos de pensar en atajos y que en lugar de pensar en sucesos pensemos en procesos. Y en procesos dentro de un objetivo final. 

Entonces, en síntesis, estoy convencido de que tenemos un gran país, con un potencial de sus recursos humanos que sigue básicamente intacto, que no está ni condenado al éxito o ni al fracaso, que va depender de cómo lo gestionemos. Y, realmente, hasta ahora lo hemos gestionado muy mal. Por eso es muy importante que los ciudadanos empezamos a ser protagonistas y dejemos de ser meros comentaristas de la realidad.

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Los valores y perspectivas del trabajo humano

A continuación transcribimos la presentación Carlos Custer, miembro del Pontificio Consejo Justicia y Paz del Vaticano, ex embajador argentino en la Santa Sede, en la tercer sesión de la cátedra 2005 del Foro.

Siempre recuerdo el artículo 14 bis de la Constitución Nacional, que dice que los trabajos en diversas formas gozan de la protección de las leyes, las que aseguran al trabajador condiciones dignas y equitativas de labor, jornada limitada, descanso y vacaciones pagas, retribución justa, salario mínimo vital y móvil, igual remuneración por igual tarea, participación en las ganancias de la empresa, con control de la producción y colaboración en la dirección. Y sigue el artículo. 

Esto no es ningún manifiesto sindical: es la Constitución Nacional, que enmarca lo que llamamos el deber y el derecho del trabajo. Hace poco se presentó en Buenos Aires el Compendio Social de la Doctrina de la Iglesia, y hay una parte muy importante referida a las relaciones económicas, la empresa, el trabajo, y los sindicatos. Es un material de consulta interesante que recupera y sintetiza la enseñanza social de la Iglesia, sobre todo las encíclicas de ese gran Pontífice Juan Pablo II. Particularmente hay una encíclica que se dedica al trabajo humano. En dos capítulos que tomé se dice que la relación entre trabajo y capital se realiza también mediante la participación de los trabajadores en la propiedad, en su gestión y en su fruto. El trabajo, por su carácter subjetivo, personal, es superior a cualquier otro factor de la producción. Este principio vale en particular con respecto al capital. 

Juan Pablo II distingue el trabajo subjetivo del objetivo del trabajo. El valor objetivo es lo que se produce: bienes, servicios. Es el fin del trabajo: producir algo. El Papa dice que hay un valor subjetivo, que es quién lo produce: el trabajador, y que es mucho más importante y prioritario el valor subjetivo que el objetivo. Este es un concepto realmente revolucionario: ver el trabajo no tanto por lo que hace sino por quién lo hace. Esto parte de una concepción antropológica y filosófica de la prioridad de la persona humana, de la dignidad de la persona humana. 

En esta rápida introducción conceptual aparece Jeremy Rifkin, con una de sus obras más famosas, que es "El fin del trabajo". Rifkin, Presidente del Instituto de Tendencias Económicas Internacionales de Washington, consejero del Presidente Carter en su momento, consejero económico, profesor en Harvard, dice que no nos hagamos ilusiones, porque por más que la economía mejore no va a haber trabajo. Es la realidad a la que nosotros hemos asistido en la década del 90, cuando estábamos eufóricos con el 1 a 1, la paridad, y la economía crecía, pero a la par crecía la desocupación. Yo me acuerdo que en marzo del ‘95 la desocupación, en el período de expansión económica, era del 18,5 %, y nadie entendía cómo un país que crecía tenía más desocupados. Y es porque no hay una relación directa entre la economía y la ocupación, aunque parezca mentira. 

Ciertamente que es bueno el crecimiento económico; es necesario pero no suficiente. Rifkin lo dice en su libro: la tecnología hace que se generen trabajos indirectos pero no va a solucionar el problema del trabajo, y, al contrario, tiende a excluir. La posibilidad de mayor empleo radica en las pymes, en la pequeña empresa, en el comercio, en los servicios, no en las grandes empresas. 

¿Y qué dice Rifkin sobre esto? Además de las medidas económicas, de aliento al crédito, de promoción de la pequeña y mediana empresa, él recupera lo que se llama el tercer sector. No va a haber trabajo tradicional para todos y, lo que es más grave, yo no creo que haya democracia ni estabilidad si no hay trabajo. ¿A qué se refiere? A que hay que revalorizar el trabajo más allá del rendimiento estrictamente financiero y del capital. Va a haber trabajo que no dará rendimiento financiero, pero va a dar inversiones sociales. Pongo como ejemplo el sistema belga. Ahí el ama de casa recibe un sueldo por ser su condición.

Los franceses buscaron alguna forma muy discutida de reducción de jornada de trabajo. Dijeron: “Señores, si hay poco trabajo, repartámoslo”. No es cuestión de que algún obrero trabaje ocho horas y quizá tenga que hacer dos horas extras, que no siempre se las pagan, pero lo hace porque tiene que asegurar la continuidad del trabajo, mientras que hay otros que no tienen trabajo. Entonces creo que esta creatividad es muy importante. Los belgas tienen un puesto que se llama animador de jóvenes. Es un nuevo trabajo, hombres de entre 25 y 30 años son entrenados para ir a recuperar a la juventud que, aún en los países desarrollados, está en los barrios periféricos. 

Cuando la Central de Trabajadores Argentinos tuvo la idea de lo que luego fue el Plan Jefas y Jefes de Hogar, lo llamó Programa de Empleo y Formación, porque nunca a los trabajadores ni a los sindicatos les gusta hablar de seguros de desocupación, porque es lógico que lo que la gente quiera es trabajo. Se ha deformado la mentalidad y se ha acostumbrado al subsidio. Pero la gente por dignidad quiere trabajo y la posibilidad de progresar y mejorar, y no quedarse enterrado en un subsidio de $150. Por este caso fuimos a hablar con el presidente De la Rua que dijo que la idea era fantástica pero que no había cómo financiarla. La verdad es que si el Estado en el año 2000 hubiera invertido más, se hubiesen ahorrado muchos más gastos después. Argentina no puede estabilizarse con 10 millones de pobres. País que a su vez es el primer exportador de alimentos per capita del mundo. Es un contrasentido que no puede arreglar el mercado. Además de ser una injusticia, es una barbaridad, porque la propia regla del capitalismo es que si no hay trabajo, no hay economía capitalista. No es sólo un problema de justicia, de equidad; se trata de incorporar nuevos consumidores, porque si no aumenta cada vez por el impulso tecnológico la capacidad de oferta, termina disminuyendo la demanda. 

Gran capacidad tecnológica, gran crecimiento económico, cada día la ciencia avanza más y deja como resultado una situación que es, cuanto menos, para quejarse. Hubo una enorme desvalorización del trabajo. Estoy en contra de los fundamentalistas del mercado, porque creo que el mercado es necesario, conveniente e imprescindible, pero además existe la subcultura de que el que trabaja es un gil, como dice el tango, o, como dice algún político renombrado, que la plata no se hace trabajando en este país. 

La financiación de la economía, la especulación, los capitales golondrina, además de nuestra responsabilidad, la de los políticos, empresarios y sindicalistas, todo eso hizo de un país rico un país pobre, porque además se desvalorizó mucho el trabajo. Y lo que también es grave es que nosotros estamos frente a una generación en la que muchos no han visto trabajar a los padres, que ha perdido la cultura del trabajo y que, en un ámbito de enorme inseguridad, prefieren cobrar el seguro y no ir a hacer una changa en una obra de construcción. 

Es nuestro el esfuerzo, superando las doctrinas neoliberales que pensaron que el mercado lo iba a arreglar todo. La Argentina tiene que ir hacia una gran política de consenso, como sucedió en otros países, como España, Bélgica y Francia, por ejemplo. El conflicto social es permanente y la distribución del ingreso, de la renta, va a ser siempre una cuestión en discusión. La pregunta es cómo podemos crear esa cultura de diálogo: hablar, escucharnos y buscar algo que es clave también en el pensamiento cristiano. Es importante que seamos capaces de armonizar en función de los intereses de nuestro pueblo un desarrollo justo y solidario de las riquezas que tenemos, ya que tenemos una potencialidad enorme. Lo que nos falta es sentarnos, dialogar, escucharnos, defender identidades e intereses, para buscar el bien común.

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El Director del Banco Mundial para Argentina, Chile, Paraguay y Uruguay, Axel van Trotsenburg, señaló que para esa entidad el tema de la responsabilidad social es esencial para el desarrollo económico y humano de los países. Esta fue su ponencia:

Para el Banco Mundial, el tema de la responsabilidad social es esencial para el desarrollo económico y humano de los países. Entendemos por desarrollo no sólo a los aspectos económicos o financieros del término, sino también al capital humano y al social. Si no se juntan estos componentes, no se obtiene un desarrollo verdadero. Esta es la visión del desarrollo que adoptamos cuando trabajamos en Asia, Europa del Este, América Latina y África. 

La responsabilidad social y el capital social son temas determinantes para toda sociedad. En el caso de la Argentina, antes de la irrupción de la crisis de 2001, el Banco hizo un estudio sobre el capital social, bajo el lema “Juntos podemos avanzar y divididos nos caemos”. Y, describimos las bases para la formación de capital social en el país, que es uno de los temas importantes cuando se habla del desarrollo, de la lucha contra la pobreza y de cómo se pueden fomentar procedimientos de participación, de confianza y solidaridad. 

Quisiera compartir algunas reflexiones que me parecen importantes para fomentar el desarrollo del capital social y la responsabilidad social. Primero que nada, hay que crear un clima que facilite el desarrollo del capital social, que propicie la creación de lazos que permitan el intercambio de ideas, la participación y la creación de espacios que favorezcan la confianza mutua. Para ello, es propicio hacer un llamado a todas las instituciones a reflexionar y fomentar ese clima de confianza y, a su vez, comenzar desarrollando verdaderos procedimientos de participación. 

Por otro lado, es necesario crear un espacio para la interacción del sector privado y la sociedad civil. Promover la participación en la toma de decisiones y no el sentimiento de que es la clase política quien toma todas las decisiones y que no hay necesidad de participación por parte de la sociedad civil. La consecuencia de este tipo de acciones es que la sociedad en su conjunto no comparte la decisión propuesta, el sentido que ésta tiene y entonces, después de grandes anuncios, no hay seguimiento o una efectiva implementación. El gran desafío es cómo se pueden crear los espacios que permitan esas interacciones y, claramente, en ese contexto, uno tiene que pensar en descentralizar. No es posible confrontar a través del centro todos los desafíos de una sociedad, sino que se debe tratar de descentralizar y apreciar el conjunto de las ideas que existen en un país. 

Lograr niveles significativos de participación ciudadana implica la necesidad de contar con una población educada. Es por ello que la inversión en educación se torna clave como forma de fomentar el capital social y la responsabilidad social.

Otra idea interesante, es la creación de una cultura que promueva el acceso a la información y una mayor transparencia. Yo creo que crear esa cultura es un desafío para todos los sectores. Puede ser a través de ONG´s, del sector privado o del sector público, pero es muy importante para el desarrollo del capital social fomentar sistemáticamente la difusión de información sobre los distintos temas.

Por último, hay que invertir en fomentar la capacidad asociativa y de organización de los pobres. En todo país, y especialmente en la Argentina, la participación activa de los pobres genera posibilidades reales para salir de la pobreza. Entonces, un desafío es colaborar en su capacidad de organización. 

Estas son algunas de las dimensiones que me gustaría plantear. ¿Ahora, qué responsabilidades o roles tienen el sector público, el sector privado, las ONG y organizaciones multilaterales como nosotros en la promoción del capital social? 

En términos de sector público, hay cuatro roles esenciales. Uno es el rol regulatorio, generar una legislación que facilite la asociatividad y la formación de capital social, creando incentivos en la sociedad civil para participar y generando capacidades a partir de la educación. También se debe proporcionar apoyo financiero, porque de lo contrario, a veces, la sociedad civil no tiene capacidad financiera y eso debilita su posibilidad de participar. El tercer rol es asociarse y combinar recursos a nivel nacional, promoviendo también el diálogo y dando el ejemplo; actuar, y no solo hacer declaraciones. Finalmente debe brindarse apoyo político, que es esencial para esas iniciativas.

En lo que respecta al sector privado, la responsabilidad corporativa depende del rasgo de las empresas. En el contexto de la Argentina hay dos sectores representados. El primer sector es el que corresponde a las empresas más grandes, que en su gran mayoría son extranjeras y están integradas a un modelo global. Es un desafío para ellas definir cómo pueden participar socialmente, ya que vienen de países donde están muy bien integradas, pero están menos integradas en países como la Argentina.

Cuando se piensa en lo local, no se puede solamente mirar hacia las grandes empresas, porque el 70 % del empleo está creado en las PyMES, en las pequeñas empresas, que son el segundo sector representado. En las PyMES hay un grado más grande de informalidad y éstas no siempre cumplen con todas las leyes y los derechos sociales. Es importante que en el debate sobre la responsabilidad social no se mire solamente a las grandes empresas sino también a las PyMES, en donde a la gente no siempre se le respeta todos los derechos.

Para organizaciones como el Banco Mundial, el gran desafío para apoyar la formación de capital social se da en la etapa de diseño de nuestros programas. Es ahí cuando podemos incorporar al máximo a la sociedad civil y fomentar el debate sobre esos temas. A nivel global, el Banco también tiene un rol para contribuir con una mayor responsabilidad social global. Cuando pensamos globalmente la inequidad, observamos que casi el 80 % del comercio y el 75 % de la riqueza están concentrados en los países industrializados, y 4.500 millones de personas tienen que compartir el 20 o 25% que resta. Entonces se plantean estos grandes dilemas, estas contradicciones y asimetrías que, si se quiere crear un mundo más justo, se deben discutir, aunque sean difíciles, políticamente hablando. 

La responsabilidad social es un tema complejo en el cual es necesario crear conciencia; es por eso que este tipo de foros son tan importantes, como un primer paso. Considero que es necesario ampliar estos foros, tratar de buscar un consenso -que en la Argentina cuesta tanto conseguir- y después pasar a la acción. Porque con el consenso solo, no se puede actuar. Se precisa crear un país más inclusivo, donde la gente sienta que realmente puede participar, que los procesos de participación son verdaderos y que tendrán un impacto concreto. Con esa sensación, la gente puede hacer la diferencia y va a aumentar la participación.

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Aprender a dialogar y evitar el doble discurso

En esta página se transcriben las palabras del Rabino de la Comunidad Bet-El, Daniel Goldman, en la presentación de la segunda sesión de la cátedra.

Quiero comentar unas cuestiones que me parecen importantes en cuanto al Foro. Primero, el hecho de aprender a dialogar. La Argentina no debería ser un país que dialogue porque sí. La Argentina dialoga demasiado, pero nunca encuentra el término medio de lo que realmente significa el arte de dialogar y, paralelamente a esto, el sentido de poder escuchar. Porque en la sociedad argentina se han desarrollado una suerte de monólogos, en donde cada uno hablaba de lo que tenía que hablar y sólo tocaba su propia pieza….

La música no es un pasatiempo. Resulta un pasatiempo de todas las cosas erradas que hacemos durante el día, de todas las tensiones que tenemos durante el día y nos sirve para salir del momento. La verdad es que la música tiene su sentido. Me parece que el símbolo de la orquesta es fuerte: comprender el sentido de la sociedad no como que cada uno toca su propia partitura, pero que cada uno debe tocar su propio instrumento. Cuando uno de los instrumentos desafina, la orquesta suena mal…El gran problema de la sociedad es que cada uno tocaba otra partitura y hoy sigue tocando su pieza. ¿Cómo hacemos para que la orquesta pueda funcionar? No solamente depende del director. Depende de cada uno de los ejecutores, depende de la voluntad de los artistas como también de quién deba de dirigir. 

La Argentina tuvo y tiene la característica de ser un país de gente muy piola, pero no muy sabia. 

Hablamos de estos proyectos que tienen que ver con esta cosa de que en poco tiempo nos salvamos, que rápidamente nos salvamos. Pero, ¿qué quiere decir salvación? y ¿cuáles son los conceptos y los compromisos que tenemos con la rapidez? 

Me parece que en eso está la diferencia entre ser piola y ser sabio. Hay un cita talmúdica que pregunta ¿quién es el sabio? aquel que vislumbra al recién nacido. ¿Qué quiere decir esto? Los intérpretes están tratando de decir que lo importante no es el sentido de vivir el presente perpetuo, sino cómo perpetuar ese sentir del presente, que es totalmente diferente. Me parece que pensar en este sentido de diálogo no es pensar en qué mundo le dejamos a nuestros hijos, sino qué hijos les dejamos a nuestro mundo.

La Argentina pensó, unos años atrás, que tenía el copyright del diálogo y falló; falló enseguida. La mesa del diálogo falló porque creía que tenía el copyright del diálogo, en vez de desarrollar una cultura del diálogo. El desarrollo de la cultura del diálogo implica empezar a contar con opuestos. Empezar a contar con opuestos es un arte difícil sobre el cual hay que encontrar un lenguaje común. 

Todavía hay algunas cosas que, en el Foro, tenemos que poner a punto. Pero encontrar un lenguaje común es el inicio de algo, significa que estamos hablando de lo mismo, que estamos hablando de las mismas preocupaciones. Nos falta desarrollar un poco más el rigor de la paciencia. El rigor de la paciencia tiene que ver con esta cuestión de que nada se soluciona rápido. 

Yo dejé de creer en las revoluciones y, personalmente, creo en los cambios a través de los procesos. Y en el mundo nos haría bien empezar a pensar en cómo, en el proceso, vamos procesando las cosas.

Algo que vale la pena es ayudar a comprender a la sociedad que la empresa no es mala. Y yo doblaría la apuesta diciendo que, tal vez, la obligación de la empresa y el mandato moral del empresario es crear más puestos de trabajo, entendiendo que cerrar puestos de trabajo es un atentado contra el plan divino. 

Voy a desarrollar esto rápidamente. El libro de Génesis establece que debemos descansar el séptimo día. Si descansamos el séptimo día es porque no hemos cansado durante seis días, porque estuvimos trabajando los seis días. Entonces, la obligación es trabajar esos seis días para que el séptimo podamos descansar. Por lo tanto, si descansamos seis días de la semana, lo que estamos haciendo es generar menos puestos de trabajo, y generar menos puestos de trabajo es atentar contra el plan divino. 

En esta cuestión de entender que debemos superar las revoluciones y aprender a realizar cambios en procesos, hay un concepto básico: la búsqueda de la verdad, en el sentido de la justicia, para poder llegar a la paz. El pensamiento talmúdico desarrolló esto con humor considerable: no hay paz si no hay justicia, no hay justicia si no hay verdad. Ninguna sociedad puede procesar sus tiempos si cree que pueden existir moratorias morales, como el borrón y cuenta nueva. En la memoria social quedan cosas que después afloran, que después surgen. La verdad no se tapa echando tierra, la verdad aparece y vuelve a reaparecer si no se procesan las cosas de la manera correcta. 

Es buen negocio ser solidario, aunque mejor negocio es no serlo. Pero entonces, ¿para qué vivimos? 

Estoy seguro que se puede ganar más plata no siendo solidario y sin pensar en las generaciones futuras, pero no tengo dudas que si hoy ganamos más plata, la van a pagar las próximas generaciones. 

Yo creo que los argentinos somos solidarios. Pero ¿solidario comparado con qué? Un amigo mío de lo que se llama un país desarrollado me decía: si la crisis que tuvieron ustedes la tuviésemos que pasar acá, seguramente los lazos solidarios no hubiesen sido tan sólidos como los que hubo en la Argentina. 

Pero lo profundamente solidario es prevenir las crisis. Pensemos en esa categoría, porque me parece que es la base del contrato social. No la voluntariedad simple de ser solidario, sino cómo prever las crisis.

Algo más en relación al tema de ser solidario. No es sólo una cuestión de dinero o de saber cuánta plata cuesta. Pensemos también que la cuestión de ser solidario puede no siempre tener que ver con ganar dinero, sino con no ganar tanto sino invertir en lo social. 

Unir valor y creencia 

Un Rabino del siglo dos se preguntaba dos cosas sencillas, que encontramos en toda la historia de la filosofía, que son de dónde venís y hacia dónde vas. Cuando en la cultura antigua en general se planteaban esos dos cuestionamientos vitales, de dónde venís y hacia dónde vas, no tenían como finalidad la respuesta biológica, no tenían la necesidad de expresar qué pasa con la vida natural sino qué está destinado a ser de tu vida.

En las tradiciones antiguas en general se desarrolla la idea de que la vida no nos pertenece, no es nuestra. Pero ¿qué hacés con la vida si es tuya?, ¿qué hacés con lo tuyo? En definitiva, cuando se pregunta qué hacés con lo tuyo, se está preguntando sobre el destino. Y el destino siempre tiene un destinatario. Se desarrolló la idea, por lo menos en la sociedad occidental, de que esos destinatarios son nuestros hijos, biológicos o no. Y aunque uno no tenga hijos, siempre quiere dejar algo, siempre quiere marcar el futuro en la existencia, y no el futuro específicamente, sino el futuro a través del presente. 

Los sabios de la antigüedad se preguntaban cuál es tu presente. ¿Qué hacemos con nuestro presente ante tantas contradicciones que se nos presentan en la vida, ante tantas violencias cotidianas, tanta marco de violencia, tanta tensión, tanto estrés, tanta competencia desenfrenada y tanta locura esquizofrénica? Y tal vez esto sea una buena referencia de lo que nos pasa en la sociedad argentina, porque nuestra cultura, nuestra sociedad, tiene una forma de alimentación de esto que llamamos clínicamente esquizofrenia. 

Somos una sociedad que tiene temperatura y sensación térmica, y a veces no sabemos por cuál regirnos; tenemos un 25 de mayo y un 9 de julio, y no nos queda bien claro cuál nos independizó o si ya nos independizamos; jugamos todo el tiempo con la culpa y la responsabilidad y no sabemos cuál es la más grave de las dos. 

Otra de estas dicotomías se presenta cuando hablamos de moral y discurso, teoría y práctica, porque somos una sociedad que aprendimos a responder antes de preguntar, que aprendimos a hablar antes de escuchar. 

La sociedad argentina vive una eterna crisis fundamentada en esta diferenciación, en el sentido más concreto, entre lo que en algunos aspectos filosóficos se llama el valor y la creencia. Un ejemplo doméstico de la diferencia entre valor y creencia: el crimen, la impunidad, la corrupción, son malos y eso es un valor, está sostenido como un valor. En cambio, aquello de que si no hacés trampas, no llegás o si no coimeás, no llegás o si no coimeás, no conseguís, son creencias, negativas pero creencias. Y el divorcio entre valor y creencia, como dice en sus escritos el rabino Nilton Bonder, alimenta permanentemente el doble discurso. La sociedad argentina vive entrampada en este doble discurso. Vivimos entrampados en el doble discurso basado en una doble moral, una doble ética, un doble valor y, hasta diría, en una doble creencia. Y esto es interesante, porque este permanente doble mensaje, esta esquizofrenia, es lo que vamos transmitiendo a nuestro presente y a nuestro futuro. 

Tal cosa está mal, sostenemos y eso es un valor, pero hay que hacerla para sobrevivir y eso es una creencia. Y así legitimamos las experiencias traumáticas de la despiadada supervivencia por sobre la ética. De repente, ponderamos a Maradona porque dijo que metió la mano en el gol a los ingleses, que era la “mano de Dios”. Fíjense que interesante: la mano de Dios era la mano tramposa, pero la glorificamos. 

Estas listas abarcan, en otros niveles, al héroe del enriquecimiento fácil, al político corrupto, al piola que saca ventaja, a aquel que se mete en doble fila, y al que evade impuestos. Y aquí viene un sentido de autocrítica, en esta época de autocríticas: creo que las instituciones religiosas tampoco supimos adaptarnos al discurso ético y nos adaptamos a esta cuestión del valor y la creencia. Vivimos también de este discurso de valor y riqueza, somos fáciles para adaptarnos a esa dualidad, ese glamour en que se sostiene el doble discurso. Hay temas, por ejemplo el de la sexualidad, que no se suelen dejar pasar tan fácil, y personalmente a mí no me preocupa la sexualidad de cada uno -eso es un tema de cada uno, es un tema absolutamente privado-, pero lo que sí me despierta, y en esto los invito a que podamos reflexionar, es cuántos dobles discursos yo sostengo, cuántos dobles discursos ustedes sostienen, cuántos dobles discursos manejamos permanentemente como religiosos, como empresarios, como profesionales. 

Hay momentos de la historia que nos exigen unir valor y creencia, y juntar valor y creencia implica asumir riesgos, porque implica jugarse en la vida. Para esto decía el Rabi Abraham Iehoshua Heschel: se nos exige grandeza moral y audacia espiritual. Juntar las dos cosas, valor y creencia, es empezar a trabajar en un nivel adulto de honradez, y honradez entendida como algo insoslayable. No es lo mismo ser sincero que ser honrado. Hemos conocido a tantos políticos sinceros..., pero ser honrado es otra cosa. El honrado pertenece a otro nivel, a un nivel de adultez que se nos exige como sociedad. 

Creo que esta es, en definitiva, la línea: cuando hablamos de honradez, juntar los dos discursos en uno solo, para preguntarnos realmente de dónde venimos y hacia dónde vamos, para que nuestro paso pueda ser firme, y para que nuestra vida pueda ser motivo de orgullo para aquellos que van a ser nuestros destinatarios.

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Ciudadanía empresaria, el compromiso de la empresa con la comunidad, la red de alianzas que logran

Calafell Loza, Vicepresidente de Pan American Energy, habló en la cátedra sobre el compromiso de la empresa con la sociedad. En esta página se transcriben sus palabras.

Me referiré a la Responsabilidad Social a través de la ciudadanía empresaria y del sistema de alianzas que se tejen para el ejercicio de esta responsabilidad por parte de las empresas en la actualidad.

Después de una charla que llama a la reflexión ética como la del Rabino Daniel Goldman, es difícil exponer sin involucrarse con su exhortación que apunta a descubrir al Bien y al Mal actuando en nosotros.

Es evidente que en todos los campos de la vida se presenta esa dualidad, a la que él se refería para el individuo, entre la conducta disvaliosa y la conducta valiosa. Esto se reproduce también en las compañías; todos los días hay un conflicto entre la mera rentabilidad y la producción de bienes para la comunidad; entre el cumplimiento de la ley y la maximización de la utilidad; entre la lealtad a los inversionistas y el interés de cada uno de los que conformamos el conjunto de los trabajadores de las empresas; entre la lealtad con nuestros inversionistas y la lealtad con nuestros principios.

La contradicción entre valores y disvalores –o a veces “simplemente” entre valores de distinto grado- es una experiencia permanente y cotidiana que contribuye dinámicamente a recrear todos los días nuestra cultura y a formar la cultura de nuestras compañías. 

La cultura de las empresas

Porque en mi percepción, estas compañías que parecen frías, que están sometidas a reglas y metas particulares de eficiencia, de control, de producción, de generación de ganancias, también tienen una cultura y es la cultura de los hombres que la operan y también la cultura de los hombres que han pasado por ellas. Ella va quedando prendida en los hábitos, en los principios, en los valores, en los procedimientos y se manifiesta en las acciones de las compañías, sean ellas relacionadas sólo con sus operaciones internas o que trasciendan al exterior.

Entiendo la expresión de Luis Bameule cuando dice que esto de la Responsabilidad Social Empresaria también es una moda y efectivamente es así. Es una moda que designa hoy algo que las empresas han vivido siempre de distintas maneras. Hoy se presenta encuadrado en una serie de principios, de formas de actuación, de contenidos, que están determinados por las circunstancias de cada país, de cada pueblo, por las necesidades de cada sociedad y también por las características y requerimientos del proceso global. 

Cumplimiento de la ley y acciones voluntarias

El concepto de responsabilidad social y su naturaleza, parten de la base de distinguir la responsabilidad legal de la compañía, la responsabilidad que tiene cada directivo o funcionario de cumplir con la ley en el ejercicio de la representación que ejerce de ella, de las acciones voluntarias de esos hombres y de esas corporaciones.

Esta última categoría de “acciones voluntarias” está determinada fuertemente por algunos elementos -que me gustaría compartir con ustedes- en este camino de la búsqueda de la naturaleza de la Responsabilidad Social Empresaria. 

La condición del buen vecino

Detrás de las acciones voluntarias de las compañías están los valores prendidos en la cultura de las empresas en ese proceso dinámico que hemos insinuado y entre ellos, la condición de buen vecino que está incorporada en cada uno de nosotros, seamos mejores o peores vecinos. Todos hemos recibido de nuestros padres aquello que ellos querían que fuéramos y a todos nos enseñaron lo que era ser buen vecino, buena gente. Porque todos queremos que nuestros hijos sean mejores que nosotros y esta es una de las mayores fuerzas del progreso de la humanidad. Todos llevamos con nosotros estas enseñanzas a nuestras empresas o a las empresas donde trabajamos. Y nuestros accionistas, nuestros CEOs, gerentes, jefes y la gente que integra mayoritariamente cada una de ellas, comparte los mismos valores fundamentales, que son valores de humanidad, que lucen como valores de cada pueblo al adaptarse a la realidad de cada una de las comunidades y a las circunstancias que les toca vivir. 

Responsabilidades y condiciones específicas

Hay responsabilidades conectadas con circunstancias específicas, como las que derivan del tamaño de nuestras compañías. 

No es lo mismo la responsabilidad que tiene el hombre grande que el hombre pequeño, el Rabino que el hombre del pueblo, el Papa que sus obispos y sus fieles. La visibilidad de cada uno de nosotros genera una responsabilidad específica, diferenciada. Las compañías más grandes, más visibles, tienen responsabilidades derivadas de su tamaño, de su visibilidad y del escándalo o ejemplaridad de sus conductas. 

Los recursos financieros, técnicos y humanos también son determinantes de los niveles de responsabilidad, porque no tiene la misma responsabilidad el que puede nada que el que puede mucho, el que tiene que el que no tiene, el que sabe que el que no sabe. Estos son condicionantes también de la responsabilidad de nuestras compañías frente a la sociedad.

Nuestra capacidad de organización es un condicionante severo de nuestra responsabilidad porque en las comunidades en situaciones de crisis -como le ha tocado vivir a la Argentina - esa capacidad de la organización es vital y hace la diferencia entre una sociedad que puede aprovechar a fondo sus potencialidades y una que desperdicia sus oportunidades. 

Debemos referirnos también a la idea del legado, a la que se refiriera también el Rabino Goldman. Ese legado que recibimos, sea material o espiritual, establece un contacto duradero de gratitud con el instituyente. Esta idea de trascendencia empuja también a los hombres de empresa a asumir responsabilidades frente a la sociedad. Me refiero no sólo a los dueños de compañías sino también a CEOs y gerentes muy eficientes que, además de contribuir a generar el mejor resultado en el ejercicio, quieren dejar su impronta en su compañía y en el lugar donde la compañía desarrolla sus actividades. Aunque eso no genere un beneficio inmediato para el resultado económico de la compañía, sí constituye un aporte fenomenal a la cultura de sus compañías y la forma en que ella se traslada en cascada a los hogares de cada uno de los hombres y mujeres que trabajan en ellas.

La responsabilidad social y su naturaleza están entroncadas en la idea del largo plazo. Es muy difícil que las compañías que trabajan para el lucro inmediato piensen en lo que ocurre a su alrededor. Las compañías que tienen una historia pero sobre todo las que trabajan para el futuro, que tienen un proyecto extenso de vida, de negocios y de servicio, piensan en otros términos, piensan en cómo van a ser recibidas, cómo va a ser el precedente que una comunidad tenga cuando se les diga que esa compañía se va instalar en su pueblo. 

Es como el hombre que trabaja y planifica para sus hijos y para los hijos de sus hijos y al hacerlo hace lo posible para que ellos tengan una mejor sociedad para vivir y para crecer. Detrás de este concepto de largo plazo está la contribución a una sociedad más capacitada para competir, que es la esencia del desafío que las compañías tienen hoy frente a las sociedades donde trabajan. Si hay un déficit que tienen nuestros pueblos, es la falta de preparación para competir en un mundo que crece, que se hace más sofisticado, que se comunica, que maneja criterios de competencia y competitividad que no hemos asumido. 

RSE Y ONGs

El otro aspecto de la reflexión de hoy es la relación entre la responsabilidad social de las compañías y de las ONGs. 

Esta reflexión deriva mucho más de la práctica que hemos ido cimentando en Pan American Energy como una filosofía de trabajo. 

Las ONGs constituyen un capítulo institucional que se ha vuelto esencial en la vida de nuestras comunidades. Creo que ha sido una aparición tardía. Recuerdo que cuando en la Facultad de Derecho estudiábamos Derecho Político o Historia de las Instituciones, una referencia inexcusable para analizar el modelo norteamericano era Alexis de Tocqueville. En la primera mitad del siglo XIX visitó Estados Unidos y se sorprendió con la espectacular multiplicidad de organizaciones sociales que encontraba, que no comparaban con las prácticas europeas. Él percibía y exaltaba en una forma muy particular, la vocación, la disposición, la capacidad que tenían los americanos del norte para generar organizaciones para hacer frente o manejar cada problema con que la vida los enfrentaba. Para todo lo que les ocurría a los americanos había una asociación que nacía, que se multiplicaba, que vivía. Estas asociaciones iban llenando la vida social de acciones donde el Estado no llegaba. Muchos se han preguntado si no era esa la gran diferencia entre la performance de Estados Unidos y la de nuestros países. 

Hasta hace muy poco las asociaciones de la Argentina eran instituciones a las que les resultaba muy difícil mantener una historia de convocatoria exitosa y de acción continuada o que languidecían. Por ello debemos darle la bienvenida a esta primavera de las ONGs en la Argentina. No es que hayan nacido ayer pero todos los días es bueno darles la bienvenida, cuidarlas, ayudarlas en su desarrollo y trabajar con ellas en aquellas cosas en que ellas nos puedan ayudar. 

Identificación de las necesidades sociales

En la práctica de nuestra compañía –que en Pan American Energy concebimos como un elemento más de nuestra operación responsable- no cedemos ni delegamos la identificación de los problemas y necesidades sociales, porque si cediéramos esa responsabilidad a una consultora o a una ONG, habríamos cedido nuestro contacto con la realidad y habríamos empezado a vivir en una burbuja. El contacto con nuestra realidad es la búsqueda permanente de las oportunidades que la sociedad nos brinda para cooperar con ella y para ayudar a solucionar algunos de sus problemas. La sociedad no siempre está dispuesta a que nosotros intervengamos y veamos cuáles son sus problemas y no siempre ve sus problemas de las misma forma que los ven los hombres en una compañía. Nuestros pasos deben ser firmes pero cuidadosos y reflexivos para vincularnos activamente en nuestra sociedad y desarrollar una acción que sea consentida por ella. 

Las ONGs y su valor instrumental

Las ONGs son un instrumento de conexión entre los problemas de la sociedad y la vocación de la empresa por involucrarse en su solución. 

En esto las ONGs son imbatibles cuando funcionan bien, cuando tienen un espíritu sano y libre de prejuicios. Las ONG deben tener vocación de servicio, no ánimo de lucro. Para eso estamos las empresas y por eso no tenemos el mismo rol de las ONGs cuando se trata de trabajar con la comunidad. 

Las ONGs también tienen que trabajar como organización porque si no están condenadas al fracaso o a la limitación de sus posibilidades de acción. 

Tienen que especializarse, porque hace a la comprensión de la problemática que tienen que enfrentar, de las técnicas y herramientas con las que tienen que hacer, y a la confianza que va a depositar una empresa cuando se establece una alianza para trabajar juntos en un problema concreto. 

Tienen que tener capacidad de gestión, porque sin gestión no hay organización en el mundo moderno. 

Y tiene que preservar su transparencia, porque cuando la comunidad percibe que los objetivos son otros que los que ella espera, las rechaza.

Empresas y ONGs – alianzas de largo plazo

En la alianza de una ONG y una compañía se desarrolla una relación distinta de aquélla que la empresa establece con sus contratistas. No vamos a construir una casa, a arreglar un frente, a poner un caño, sino a trabajar con lo más débil de la comunidad, que es aquel sector que tiene problemas. La alianza de la empresa con la ONG tiene que ser genuina y basarse en esos principios a los que nos referimos antes. 

Al igual que el de las empresas, el compromiso de las ONGs tiene que sostenerse en el tiempo, porque pocos problemas se solucionan rápidamente.

Los cambios culturales son los que más tiempo demandan y los principales problemas que tenemos que afrontar son culturales. Cuando enfrentamos problemas alimentarios, de salud, de educación primaria, secundaria, universitaria, estamos trabajando con estructuras culturales; cuando colaboramos con organismos de gobierno, estamos trabajando también con problemas culturales. De manera que esas alianzas tienen que significar coincidencias de objetivos, de valores y también coincidencia de que se va a trabajar en el tiempo y con los tiempos que demandan los problemas que enfocamos, los problemas de la comunidad. 

Empresas y ONGs: creciendo juntos

Con las ONGs crecemos juntos, porque este es un trabajo que si bien no es nuevo para las corporaciones, ciertamente es nuevo en sus contenidos en una Argentina que trata de salir adelante. No todos los sectores de las empresas conocen la temática actual de la Responsabilidad Social y su desarrollo. 

Esta es una tarea de comunicación muy importante y que muchas veces no cumplimos al mismo tiempo que enfocamos los problemas de la comunidad. Es como que la comunicación es dejada al costado ante la profundidad de los problemas sociales que nos confrontan. 

Pero hay que comunicar intensa y reflexivamente. Hay que trabajar los mensajes y adaptarlos a nuestros públicos, pero no dejar que se genere un vacío entre aquéllos que gestionan las áreas de relaciones de la comunidad y el resto de la organización. 

Lo mismo ocurre con las ONGs. Las alianzas suponen también un esfuerzo de diálogo y comunicación recíprocos, y crecer juntos supone para nuestras empresas un desarrollo cultural que nos mantenga en fase hacia adentro con nuestras organizaciones y hacia fuera con las instituciones con las que trabajamos.

Reflexiones finales

La publicidad basada en los programas de RSE debería evitarse -al menos en una empresa que no tiene productos de consumo masivo- si se busca alcanzar una relación de confianza duradera. Esto no quiere decir que la empresa no deba comunicar estas acciones pero el uso de las mismas con objetivos distintos de aquéllos que apuntan a satisfacer necesidades de la comunidad con espíritu solidario, desnaturaliza siempre estas acciones en mayor o menor medida. 

Los objetivos de reputación deberían ser considerados sólo un objetivo indirecto de la responsabilidad social. La reputación no va a venir por la publicidad sino por lo que la gente sienta que la compañía hace y el espíritu con que lo hace.

El objetivo intermedio más cercano que percibimos es el mejoramiento de la propia cultura de la empresa. Para la gente de la empresa que tiene sus propios valores, no es lo mismo sentir que la compañía también los tiene que sentirse parte de una empresa sin sensibilidad. Tenemos un subproducto importantísimo de la acción de responsabilidad social: su impacto sobre la cultura de nuestra gente, sobre la cultura de nuestras compañías. 

Por último, el objetivo final de estas acciones debe ser siempre la comunidad. Si lo perdemos de vista, la comunidad va a percibir nuestros desvíos en algún momento y seguramente nunca tendremos cabal conocimiento de cuáles fueron las consecuencias.

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